domingo, 3 de febrero de 2013

Te tengo un regalo, es una runa hecha por mí


La suerte juega con cartas sin marcar,
 no se puede cambiar.
Andrés Calamaro


Esta historia ocurrió hace un tiempo considerable, cuatro o cinco años atrás cuando estaba en los primeros años de Universidad. Hoy, que la desentierro de mi memoria, escarbo con las uñas sus colores y palabras, tratando de revivirla tal y como yo la recuerdo.

Ese día estaba en misa en la capilla de la Universidad. En esa época asistía con regularidad, no sólo porque el sermón era corto y rapidito nos íbamos con la bendición de Dios, sino porque aquel lugar, de ecos y paz, recibió muchas de mis peticiones y oyó muchos de mis agradecimientos. Esa vez  llegué cinco minutos tarde, y como la capilla ya estaba llena me instalé en la última fila, de pie. Junto a mí se paró un tipo cualquiera, un feligrés más que, supuse, también hablaba con Dios.

La misa avanza hasta que el padre llega a las consideraciones finales. Después de la bendición, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo  y cuando estoy a punto de dar media vuelta para salir de ahí e irme a mi siguiente clase, el  personaje que tengo al lado se me acerca un poco y me dice muy pacito y al oído:

- ¿Puedo hablar con usted cuando se acabe la misa?

¡Qué susto! Quedé fría. ¿Y este quién será?, ¿y qué querrá?... Ay, ¿qué habré hecho? ¿Será profesor? ¿Será que me va a decir que no puedo entrar a la Iglesia con esta blusa, que eso de mostrar los hombros no es digno de Dios? (Cómo sería el impacto en mi memoria que me acuerdo que ese día tenía una blusa rosada con cuello de bandeja).

- Mmhh. Pues sí, contesto muerta de susto.

Ay, Diosito, no dejes que este man me haga nada, por favor, por favor, por favor. Me porto bien, te lo prometo, te lo prometo, te lo prometo. Nada de volverme a quejar porque me toca coger flota, nada de volverme a quejar por nada, te lo prometo.

Salimos de la Iglesia. El tipo es alto, moreno, de pelo oscuro. Cuando bajamos los escalones de la Iglesia saca un par de gafas negras y se las pone. Puedo jurar que nunca jamás lo he visto entre las multitudes de la universidad.

-Mira- me dice un poco asustado-,  yo sé que quién eres tú y pues la verdad es que te quiero conocer. Yo estudio derecho y sé que tú estás en comunicación.

What? pienso yo… ¿Y este Sherlock Holmes de dónde salió? ¿A qué horas me  montó esta perseguidora? me pregunto todavía confundida por lo extraño de la situación. Sin embargo, y como desde entonces celebro el valor de acercarse, de arriesgarse, de hacer el oso, lo sigo oyendo con atención.

- La verdad yo nunca te había visto-, le digo con absoluta sinceridad. ¿Pero no había otro lugar para hablarme? ¡Me pegaste un susto!

 - Es que no supe cómo más. Tú nunca estás sola, siempre con tus amigas y así es más difícil.

Era verdad, en la universidad yo tenía mis dos mosqueteras. Éramos tres para las buenas y para las malas, andábamos juntas, nos reíamos por horas y nos acolitábamos los planes de conquista,   celebrando los éxitos y los fracasos, todo por igual.

     - Te traje este regalo- continua diciendo el tipo detrás de sus gafas oscuras, mientras saca  de su maleta un  pedazo de plastilina irregular, negro, endurecido con colbón, como de esos que uno hacía cuando era chiquito, con una figura extraña en el centro y me lo ofrece estirando su brazo.

Yo, con mi cara de sorpresa ante todo, la situación, la presentación y ahora el regalo inesperado, que no tiene papel de regalo, que no tiene tarjeta y que tampoco tiene forma, sólo atino a contestar mientras se lo recibo.

- Gracias. ¿Qué es?

- Es una runa-, me responde con absoluta certeza en la voz, como si fuera completamente obvio que esa cosita, tan extraña y tiernecita, fuera una runa aquí y en Cafarnaúm.

No me tuvo que decir “hecha por mí” porque eso se notaba. La miro extrañada, como quien no tiene la menor idea de qué tiene en las manos, de si eso se come, se unta, se huele, para qué sirve y por qué carajos este personaje cree que esto es un regalo tan especial.

- ¿Y qué significa este símbolo que tiene en la mitad? le vuelvo a preguntar como tratando de obtener más pistas sobre el regalo.

Y ahí, ahí, él sacó lo que le pareció era su arma de conquista más poderosa. La que, apostó, me iba a dejar, ahora sí,  pensando, colgada de la duda, intrigada hasta el alma, con ganas de volverlo a ver después de su primera y ya muy original manera de presentarse: la duda. Así que tomó aire y muy, muy seriamente me dijo:

 Eso tienes que averiguarlo.

 Pues bueno, le digo yo. Averiguo y te cuento

Nos despedimos, doy unos pasos, sacó el celular ¿Y qué hago? Pues lo único que podía: llamar a mi hermana. Li, imagínate que estaba en misa y llegó este tipo y bla, bla, bla…. y me entregó  dizque una runa… no, no me preguntes qué es eso, no, no yo tampoco sé … pues se ve como una piedrita, sí, entre gris y negra, sí, feíta más bien… pues claro que se la recibí ¿y qué más querías que hiciera?

- ¿Cómo? me dice ella exaltada, no, no, no, ¡Qué peligro! ¡Qué peligro!, ¡Ese man te quiere hacer brujería!

 ¡¿Qué?!

- Sí. Eso me suena muy raro, espérate yo averiguo y ya te llamo.

Y ahí, una vez más, me di cuenta de que mi hermana me quiere mucho. Me quiere como si yo fuera su hija, y en cierta manera,  y debido a la filosofía abierta y cómplice que han tenido mis padres frente a la educación de sus hijos, y al hecho de que me lleva siete años en los que me ha abierto el camino enseñándome algunas de las cosas más importantes de la vida,  ha sido ella, mi hermana, quien ha ejercido el rol de mamá cuando de mis amores se trata, y ha marcado el compás poniendo  ejemplos y límites,  mostrando el horizonte y  fijando posiciones.  Es a ella, más que a nadie, a quien le tienen que gustar mis pretendientes, y es a ella, más que a nadie, a quien yo oigo y pregunto, a quien yo sigo y admiro.

- Ya, ya busqué- me dice mi hermana por teléfono en una nueva llamada-. Las runas son un grupo de letras que se emplearon para escribir en las lenguas germánicas durante la antigüedad  y la Edad Media. Mejor dicho, son como las del Señor de los Anillos, ¿si me entiendes?-, remata dándoselas de sabionda.

 Bueno Frodo y entonces ¿qué hago?, le preguntó dejándome contagiar por sus nervios frente a la masita de plastilina que reposaba en mi maleta.

- Tienes que botarla a un río-, me dice con total certeza como si, además de su trabajo diario, se dedicara a romper hechizos o a cazar hombres lobo. Yo leí -continua completamente seria - que para alejar las malas energías lo mejor es botar eso a un río. Vete ya con mamá y la botan.

- Ay, Li, ¿no estarás exagerando? A lo mejor el tipo solo quiso mostrarme sus, algo precarias,  habilidades de artesano… no, yo no creo que sea nada malo…

 Mejor que la botes.

Siguiente escena: mi mamá y yo, montadas en el carro y después de una mini crisis de nervios, vamos rumbo al río a botar la piedra y deshacer el hechizo  ¡Ja! Qué risa me da ahora. ¡Por supuesto que no estaba embrujada! Y por supuesto que las intenciones del man no eran otras que llamar mi atención - y de qué manera-, pero lo insólito de una situación que hoy nos saca carcajadas hizo que la runa nunca llegara a adornar mi mesa de noche y, en cambio, hoy continúe  viajando por las aguas profundas del Río Frío.

Con este personaje salimos a almorzar un par de veces. No nos volvimos amigos cercanos y de hecho algún día tuvo el valor de confesarme que “antes de que habláramos tú eras la mujer de mi vida, pero ahora que te conozco ya no tanto”.

Genial. Me pareció absolutamente extraordinario, no sólo el valor y el desenlace de la historia, sino la confirmación de que sin darnos cuenta idealizamos a las personas por cómo se ven y luego les damos la personalidad no que tienen, sino la que nos gustaría que tuvieran. Casi nunca la imaginación coincide con la realidad.

No importa. La vida, en su burla constante, nos trae personas que creemos son esto y resultan siendo aquello, estas otras que ni habíamos notado y resultan siendo todo, unas más que creemos que no nos notan, pero al final sí, y otras, como el personaje de la runa, que tuvo el ingenio, los pantalones  y los medios de llegar hasta mí no sólo para dejarme una historia maravillosa, sino para darse cuenta, con total tranquilidad, de que no era yo quien él esperaba.


Próximamente: Esta es la historia de mi amor adolescente  





5 comentarios:

  1. "Muy buena. Lo mejor: ya tienes un estilo propio. No sólo de conquista, pero tu blog tiene cada vez más personalidad. Eso sí, lo que me deja preocupado es si el inquilino del cajón, no acabó en el Río Frío por otra paranoia colectiva de las Grillo. Espero que no...."

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  2. Yo estoy a miles de kilometros y siempre que leo te siento junto a mi, como si me estuvieras contando la historia. Me fascina Tisito!

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  3. Me gusta tu estilo, es directo y ensoñador, eso hace que leerlo transporte al lector y lo lleve a tus recuerdos. Gracias por invitarme a seguir tu blog. Espero más publicaciones. Felicitaciones

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  4. Me cuesta trabajo asimilar lo que acabo de leer. La sorpresa se presenta esta mañana como un ancla que me deja inmovil en mi cama ,abrumado por la certeza de lo que a todas luces parece imposible. Hace poco, una tragedia enlutó mi corazón y permanecí en silencio, nunca conté la razón de mi tristeza, porque no estaba seguro de si lo que sucedió esa tarde en verdad pasó, o fue sólo un sueño de amor en una playa de río, en ese lugar tibio y cálido donde me refugio a ver el atardecer. Mi única evidencia racional era tan tenue, tan inexplicable que no estuve seguro de que mi historia con Maria hubiese sucedido, hasta ahora, hasta este instante cuando leo lo de la runa. Esa tarde Maria salió de no se dónde y se sentó conmigo en la hamaca. No pidió permiso. Me dijo que quería conversar, que su novio ya no la amaba, que estaba sola y que no la interrumpiera. No pude decirle que no. Su belleza y espontaneidad inhibieron cualquier intento de ponerla en su lugar. Se instaló en mi hamaca y no tardó en hacer lo mismo en mi corazón. Apenas tuve tiempo de reacomodarme para mirarla a los ojos mientras hablaba y quedar prendado para siempre de esta criatura que no paraba de contar historias. Su juventud y belleza hacían que aveces perdiera el hilo de lo que decía y me fuera recorriendo su rostro, delineando su sonrisa marcada por el brillo de unos dientes perfectos. Cuando empezaba a sentir sus latidos casi como propios, y mi mano caminaba hacia la suya, salió corriendo de la hamaca y se fue directo al río a mojarse los pies. El río Frío se adentra en el río Cauca en ese lugar combinando las corrientes como las almas de los enamorados. Maria, con su vestido blanco empapado, volvió corriendo y me dio un beso, profundo y salino, me dejo unos guijarros en la mano como si fueran conchas de mar, y salió corriendo de nuevo dejando un quejido de tristeza en su tránsito. Se sumergió en las aguas y no volvió a la superficie. Hice hasta lo imposible para recuperarla hasta caer extenuado en la orilla ya entrada la noche. Ahora solo tengo ese recuerdo y de los guijarros en la hamaca solo queda uno que recuperé a los dos días de la infructuosa búsqueda y que ahora tiene nombre: la runa que María me dejó y que Alejandra tiro al Rio la tengo aquí, en mi mesita de noche.

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  5. Curiosamente a mí me pasa lo mismo que al hombre de la runa... Sé quien eres pero tú no sabes quien soy aunque me has visto un par de veces. No he tenido la valentía de seguirte hasta misa, ni de hablarte,y probablemente también te esté idealizando... y si salieramos a almorzar un par de veces tal vez me daría cuenta que no eres a quien espero... o tal vez sí lo eres. Tal vez la próxima vez que te vea, te hable, y te regale no una runa, pero depronto un origami o una chocolatina Jet... Puedes estar tranquila, no estoy obsesionado contigo, de hecho gracias a este blog he vuelto a saber de tí despues de mucho tiempo... Tienes cara de ser una buena mujer... Creo que por eso algunos te idealizamos... Un abrazo anónimo. Sigue escribiendo :)

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