lunes, 8 de abril de 2013

Así fue mi primera cita a ciegas


  
But just because it burns
Doesn't mean you're gonna die
You've gotta get up and try try try
Gotta get up and try try try
Pink

Entre todas mis historias puedo afirmar que es ésta la que dio inicio a muchas otras y selló el pacto de la no vergüenza que nos ha servido a mi hermana y a mí para andar el camino. Es ésta, entre todas, la que marcó el inicio, dio ritmo, demostró que de lo absurdo salen cosas increíbles, que los riesgos traen recompensas, que la gente está ahí dispuesta a tocar y abrir puertas, que la vida da muchas vueltas y que estamos aquí para nada distinto que divertirnos mientras las damos. Esta historia  me ha hecho reír y me ha hecho llorar, pero sobre todo me ha acompañado, hace ya, muchos años.

Todo empezó cuando mi hermana, comprometida pero aún sin casarse, tomó un vuelo hacia una pequeña ciudad de Colombia. Mi papá, que por ese entonces y debido a su trabajo tenía full acceso al aeropuerto, a las pistas, a los aviones y a los pilotos fue a acompañarla y le pareció qué qué bonito sería si la niña viajara en la cabina y pudiera ver, tras bambalinas, el verdadero engranaje de un avión desde el puesto de mando.

Así que, un poco apenada por la intervención de mi papá, pero para no contradecirlo en sus bellas intenciones, mi hermana accedió a viajar en la cabina, sentadita entre los dos pilotos. Llegó, saludó, se sentó y empezó a hablar con ellos: dos tipos queridos, por supuesto, y más queridos aun cuando vieron que la hija del capitán Grillo que les habían pedido el favor de llevar  no era una niña de siete años, como estaban esperando, sino una un poquito mayor  y además bastante agraciadita.

En ese vuelo, me cuenta mi hermana, los pilotos fueron unos príncipes con ella. Qué qué haces, qué para dónde vas, qué por qué, qué cuándo vuelves, ¿qué quieres ver el río? viraje de avión a la derecha, sacudida de estómago para los pasajeros. En fin, una conversación de media hora en la que el copiloto, un chino de 20 años, intentó sacar sus dotes de conquista porque entre lo corto del momento y el mando del avión, no le había quedado tiempo para  darse cuenta de que mi hermana no sólo tenía siete años más que él sino, además, un diamante en la mano.

Así que ella, viéndolo como es, querido, churro, interesante, sacó por primera vez su AS bajo la manga: es decir, a mí. Y le dijo, palabras más, palabras menos, que tan querido, que tan todo, pero que ella se iba a casar, pero eso sí, que no se preocupara, que le tenía una hermanita lo más de querida  que la podía presentar.  No sé qué pensaría el man entonces, tal vez que esta vieja estaba un poco loca, pero aun así,  aterrizaron, intercambiaron teléfonos y se despidieron.

Y de esta manera, con este cuento, me ha llamado mi hermana a decirme: adivina lo que me pasó. (Cada vez que mi hermana me dice, con su tonito que marca las sílabas, “a-di-vi-na lo qué me pa-só” avecino el peligro, lo veo en el horizonte, lo siento en la nuca y  ya sé que a la que le va a pasar es a mí).

-  ¿Un qué? ¿Un piloto?, le pregunté.

-  Pues en realidad es un copiloto. Te va a llamar, pero como para que no sea tanto el oso dile que saque un amigo y tú sacas una amiga y salen los cuatro.  (Ahí está pintada ella con sus soluciones salomónicas).

Días después estoy yo ante el chicharrón de la cita concertada y sin quién se le mida a ese plan. Y entonces pido auxilio, con un grito desesperado, a la única persona dispuesta a secundarme  en esta aventura: mi prima, mi coautora del Manual, mi amiga del alma.

- Natty, me puedes decir que no, pero el caso es Lina me consiguió una cita con un piloto que no conozco y para no salir sola él va con un amigo, ¿te animas?

Después de una dura sesión de  convencimiento que incluyó el “si nos aburrimos, nos vamos”, “qué tal que estén churros”, y “si nos va mal, aquí no ha pasado nada”, finalmente dijo que sí. Así que esa noche, con los manes esperándonos en la portería, salimos a nuestra primera cita a ciegas, a un oso seguro, a una vergüenza magnificada, a una probabilidad ínfima de éxito, a la horca, al vacío, al fracaso. Nuestra única certeza, mientras bajábamos en ese ascensor, era que ya era muy tarde como para devolvernos, como para decir tacho remacho no juego más, como para haberle dicho al portero hace cinco minutos que dijera, “¿Alejandra?, ¿Cuál Alejandra?, no hermanito, aquí no vive nadie con ese nombre”.

Y después de comer y algunas cervezas, después de conversar y echar algunos cuentos y contra todas las posibilidades, contra el chance factible de que mi hermana hubiera tomado otro avión y no ese, de que se hubiera ido otro día y no ese, de que el man hubiera anotado mi teléfono y me hubiera llamado, de que yo hubiera contestado, de que mi prima hubiera dicho que sí cuando quería decir que no, de que los tipos hubieran salido corriendo tres segundos antes de que se abriera el ascensor a riesgo de que salieron dos mocos, la cita a ciegas funcionó.

Y funcionó porque ese día la pasamos bien. Y al siguiente y al siguiente. Y luego empezamos a salir, tanto y tan seguido, que nos vimos por un año burlándonos siempre del oso inicial.

-  Pues si es como la hermana no puede estar tan mal-, me confesó el piloto un día, cuando ya había confianza como para preguntarle por qué se había atrevido a salir a un plan así.

Y sí, yo me parezco a mi hermana pero podría no haberme parecido e igual todos tuvimos el coraje de lanzar los dados. Con este personaje la historia ha sido larga. Nos hemos encontrado y desencontrado, lo he querido, lo he odiado y lo he vuelto a querer.  Y aunque este cuento tiene polvo y telarañas y él y yo ya somos otros, hoy, que me atrevo a escribir este tipo de  historias, creo que ésta tiene un lugar especial porque desde entonces voy por ahí oyendo a las posibilidades, retando al destino y burlándome, al fin y al cabo, de todos sus desenlaces. Esos mismos que bajo este sol me dan material para escribir todo esto con el pulso más firme y el corazón más tranquilo.


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