viernes, 15 de febrero de 2013

Esta es la historia de mi amor adolescente


All those fairy tales are full of shit 
One more fucking love song, I'll be sick. 
Maroon 5


Del que vive uno a los veinte, recién cumpliditos, cuando no sabe nada de nada y cree saberlo todo de todo. Uno, que a esa edad es un bobo, conoce a alguien ambientado por el aguardiente, las hormonas y la inexperiencia  y entonces piensa que ese mamarracho que está al frente es una encomienda del destino, un resultado de la alienación planetaria, un regalo coronado por un moño, un eres lo que he esperado todo mi vida (cómo si 20 años fueran mucho!).

Pero no, qué va, por lo general esos primeros amores no son más que anécdotas pasajeras, excursiones de descubrimiento, telenovelas exageradas donde uno se siente Marimar y el otro Fernando José. Por eso, cuando a mí me  llegó el arrebato adolescente y me dio por dármelas de Marimar me pegué una tragada (porque esa es otra: en esos años uno se traga, se encapricha, se obsesiona. Enamorarse, bueno, eso es otra cosa, eso llega más tarde, con un poquito más de camino recorrido, con un poquito más de madurez) increíble que me hizo no sólo fijarme en una clase de hombre que hoy me resulta ridículo, sino hacer cosas que, definitivamente, no volvería  a hacer.

El cuento empezó en un asado en donde un amigo de un amigo de un amigo me presentó a este amigo, que entonces me pareció el doble de Tom Cruise. (Primer síntoma de la traga, encontrarle parecidos con alguien famoso).

- De verdad, es igualitico-, le contaba yo a mis amigas de la universidad entre clase y clase llevándolas al borde de la locura de oírme el mismo cuento.  

Pues Tomcito, como lo llamaremos para proteger su identidad, era un tipo querido, con mucha más experiencia que yo, y con unas habilidades muy bien puestas, de conquistador y escapista. Además, Tomcito tenía una novia eterna e intermitente, con la que terminaba y volvía, terminaba y volvía mientras me involucraba en su pequeño juego dándome el muy importante rol de llanta de repuesto. Pero yo, en mi traga infinita, no era capaz de decir que no. No importaba los juramentos que hiciera cada vez que me enteraba de que había habido reconciliación.

- Te lo juro, Natty, te lo juro-, le decía yo a mi prima entre sollozos y lágrimas,- está sí el la última vez, la última vez.

Pero muchos intentos pasaron antes de que al cuento llegara por fin el punto final. Uno de esos incluyó lo que yo considero ha sido uno de mis grandes episodios de amor (con todo y lo tímido que fue y con lo pequeño que resultaría ante, estoy segura, verdaderas aventuras amorosas). El caso es que en un diciembre Tomcito se fue a pasar vacaciones a donde su familia y yo a donde la mía. Las ciudades, que quedan relativamente cerca, ardían en ferias y fiestas de fin de año así que una vez culminó el Ana Nanita Nana, Nanita Nana, Nanita E-Á, le dije a mi prima.

-  Empaca maletas porque nos vamos.

-  ¿Nos vamos? ¿A dónde?, me preguntó ella asustada.

-  Pues a ver a este man.

Y así fue. Después de llamar al amigo del amigo del amigo y  avisarle nuestra inesperada visita (sí, no te preocupes, en cualquier colchoncito nos podemos acomodar), arrancamos  las dos en flota, con una muda en la maleta, cincuenta mil pesos en el bolsillo y la premisa de sólo se vive una vez, qué carajos.

Sé que pasamos muy bien. Sé que vimos cabalgatas, caminamos por las calles, bailamos salsa y tomamos aguardiente como si no hubiera un mañana. Sé que conocimos amigos, improvisamos planes, comimos chicharrón y tomamos lulada. Y sé que en medio de todo eso, y mientras llegaba la noche, mi mayor preocupación era, bueno, ¿y ahora cómo hago para verme con este man? ¿Lo llamo o no lo llamo? y si lo llama mi prima, ¿será que queda más disimuladito?

 - Natty, llámalo.

-  Ay, no Tis, qué oso y ¿qué le digo?

-  No sé, cualquier cosa, que estamos acá, que nos veamos, lo que sea… el caso es que ya estoy aquí y no me puedo ir sin verlo.

No me acuerdo finalmente cómo se concretó el tema pero efectivamente esa noche terminamos viéndonos. Nos encontramos en alguna fiesta y a mí, que me sentía la reina de la aventura, no paraba de saltarme el corazón. Además, para ese  momento nosotras ya llevábamos al menos diez horas de parranda y no teníamos intención de parar.

Esa noche, ya todos juntos, seguimos la rumba. Y pasamos por la fiesta del amigo, del amigo, del amigo. Fui feliz, cómo no, tenía a  mi lado a Tomcito, aunque fuera esa noche, aunque fuera un ratico, aunque yo fuera su comodín, su plan de desparche, su siempre lista.  Él – que para entonces no recuerdo si estaba en ON o en OFF con su novia- también la pasó bien y no desaprovechó el momento de tenerme ahí, en bandeja de plata, con todos esos kilómetros recorridos para propiciar el encuentro más planeado del mundo al que yo, sin embargo, había disfrazado de casualidad.

- ¡No puede ser!- le dije cuando por fin lo vi-, ¿Tú también estás aquí?, ¡Qué coincidencia!

Después de muchas horas más de fiesta finalmente volvimos a la casa donde, a mi prima y a mí,  nos habían acomodado muy amablemente dos colchoneticas en un piso helado lleno de pelos de gato. Con la luz del día pegándonos en la cara nos dormimos unas cuantas horas. Cuando nos levantamos éramos dos piltrafas con la garganta seca, el pelo enredado, el tufo más espantoso,  la ropa oliendo a mico, el maquillaje corrido y la lagaña en el ojo.


- Te das cuenta Natty-, le dije mientras la miraba con un par de ojos hinchados que no podía abrir completamente-,  ¿de qué en este momento somos miserables?

-  Miserables, Tis, completamente miserables-, me contestó ella desde la otra colchonetica mientras se quitaba los pelos de la cara.

Y, aun así, con toda la miserableza del mundo cayéndome encima me sentía feliz de haber vivido esas horas, con mis veinte años y mi corazón vagabundo. Claro, aquí es cuando uno se da cuenta de que el amor no es el mismo a los veinte que a los treinta, o a los treinta que a los cuarenta. Por ejemplo, hoy yo no organizaría un viaje tan desprevenidamente, ni me iría sin la certeza de saber dónde y en qué condiciones voy a dormir, ni trasnocharía más allá de las cinco de la mañana. Hoy ni siquiera me gusta el aguardiente.

No me creería Julieta ni le creería a Romeo. Difícilmente haría un viaje por ver a una persona sin estar segura primero de que también me quiere ver, y por nada del mundo me permitiría volver a ser opción y no prioridad.  Pero sobre todo, hoy, no volvería a perder la cabeza por cualquiera de los tantos Tomcitos que caminan las calles y que incluso con sus treinta años a cuestas, cuando deberían estar entendiendo el amor a la altura de su edad cronológica, prefieren seguir viviéndolo como si el reloj se hubiera detenido, como si las buenas mujeres se consiguieran en el súper mercado, como si la madurez de un compromiso diera alergia y como si tuvieran veinte en vez de treinta y, este hecho, que sin darse cuenta los empequeñece cada vez más, fuera su más grande y ostensible logro.

Próximamente: Hoy me levanté pensando en mi ex novio
  

domingo, 3 de febrero de 2013

Te tengo un regalo, es una runa hecha por mí


La suerte juega con cartas sin marcar,
 no se puede cambiar.
Andrés Calamaro


Esta historia ocurrió hace un tiempo considerable, cuatro o cinco años atrás cuando estaba en los primeros años de Universidad. Hoy, que la desentierro de mi memoria, escarbo con las uñas sus colores y palabras, tratando de revivirla tal y como yo la recuerdo.

Ese día estaba en misa en la capilla de la Universidad. En esa época asistía con regularidad, no sólo porque el sermón era corto y rapidito nos íbamos con la bendición de Dios, sino porque aquel lugar, de ecos y paz, recibió muchas de mis peticiones y oyó muchos de mis agradecimientos. Esa vez  llegué cinco minutos tarde, y como la capilla ya estaba llena me instalé en la última fila, de pie. Junto a mí se paró un tipo cualquiera, un feligrés más que, supuse, también hablaba con Dios.

La misa avanza hasta que el padre llega a las consideraciones finales. Después de la bendición, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo  y cuando estoy a punto de dar media vuelta para salir de ahí e irme a mi siguiente clase, el  personaje que tengo al lado se me acerca un poco y me dice muy pacito y al oído:

- ¿Puedo hablar con usted cuando se acabe la misa?

¡Qué susto! Quedé fría. ¿Y este quién será?, ¿y qué querrá?... Ay, ¿qué habré hecho? ¿Será profesor? ¿Será que me va a decir que no puedo entrar a la Iglesia con esta blusa, que eso de mostrar los hombros no es digno de Dios? (Cómo sería el impacto en mi memoria que me acuerdo que ese día tenía una blusa rosada con cuello de bandeja).

- Mmhh. Pues sí, contesto muerta de susto.

Ay, Diosito, no dejes que este man me haga nada, por favor, por favor, por favor. Me porto bien, te lo prometo, te lo prometo, te lo prometo. Nada de volverme a quejar porque me toca coger flota, nada de volverme a quejar por nada, te lo prometo.

Salimos de la Iglesia. El tipo es alto, moreno, de pelo oscuro. Cuando bajamos los escalones de la Iglesia saca un par de gafas negras y se las pone. Puedo jurar que nunca jamás lo he visto entre las multitudes de la universidad.

-Mira- me dice un poco asustado-,  yo sé que quién eres tú y pues la verdad es que te quiero conocer. Yo estudio derecho y sé que tú estás en comunicación.

What? pienso yo… ¿Y este Sherlock Holmes de dónde salió? ¿A qué horas me  montó esta perseguidora? me pregunto todavía confundida por lo extraño de la situación. Sin embargo, y como desde entonces celebro el valor de acercarse, de arriesgarse, de hacer el oso, lo sigo oyendo con atención.

- La verdad yo nunca te había visto-, le digo con absoluta sinceridad. ¿Pero no había otro lugar para hablarme? ¡Me pegaste un susto!

 - Es que no supe cómo más. Tú nunca estás sola, siempre con tus amigas y así es más difícil.

Era verdad, en la universidad yo tenía mis dos mosqueteras. Éramos tres para las buenas y para las malas, andábamos juntas, nos reíamos por horas y nos acolitábamos los planes de conquista,   celebrando los éxitos y los fracasos, todo por igual.

     - Te traje este regalo- continua diciendo el tipo detrás de sus gafas oscuras, mientras saca  de su maleta un  pedazo de plastilina irregular, negro, endurecido con colbón, como de esos que uno hacía cuando era chiquito, con una figura extraña en el centro y me lo ofrece estirando su brazo.

Yo, con mi cara de sorpresa ante todo, la situación, la presentación y ahora el regalo inesperado, que no tiene papel de regalo, que no tiene tarjeta y que tampoco tiene forma, sólo atino a contestar mientras se lo recibo.

- Gracias. ¿Qué es?

- Es una runa-, me responde con absoluta certeza en la voz, como si fuera completamente obvio que esa cosita, tan extraña y tiernecita, fuera una runa aquí y en Cafarnaúm.

No me tuvo que decir “hecha por mí” porque eso se notaba. La miro extrañada, como quien no tiene la menor idea de qué tiene en las manos, de si eso se come, se unta, se huele, para qué sirve y por qué carajos este personaje cree que esto es un regalo tan especial.

- ¿Y qué significa este símbolo que tiene en la mitad? le vuelvo a preguntar como tratando de obtener más pistas sobre el regalo.

Y ahí, ahí, él sacó lo que le pareció era su arma de conquista más poderosa. La que, apostó, me iba a dejar, ahora sí,  pensando, colgada de la duda, intrigada hasta el alma, con ganas de volverlo a ver después de su primera y ya muy original manera de presentarse: la duda. Así que tomó aire y muy, muy seriamente me dijo:

 Eso tienes que averiguarlo.

 Pues bueno, le digo yo. Averiguo y te cuento

Nos despedimos, doy unos pasos, sacó el celular ¿Y qué hago? Pues lo único que podía: llamar a mi hermana. Li, imagínate que estaba en misa y llegó este tipo y bla, bla, bla…. y me entregó  dizque una runa… no, no me preguntes qué es eso, no, no yo tampoco sé … pues se ve como una piedrita, sí, entre gris y negra, sí, feíta más bien… pues claro que se la recibí ¿y qué más querías que hiciera?

- ¿Cómo? me dice ella exaltada, no, no, no, ¡Qué peligro! ¡Qué peligro!, ¡Ese man te quiere hacer brujería!

 ¡¿Qué?!

- Sí. Eso me suena muy raro, espérate yo averiguo y ya te llamo.

Y ahí, una vez más, me di cuenta de que mi hermana me quiere mucho. Me quiere como si yo fuera su hija, y en cierta manera,  y debido a la filosofía abierta y cómplice que han tenido mis padres frente a la educación de sus hijos, y al hecho de que me lleva siete años en los que me ha abierto el camino enseñándome algunas de las cosas más importantes de la vida,  ha sido ella, mi hermana, quien ha ejercido el rol de mamá cuando de mis amores se trata, y ha marcado el compás poniendo  ejemplos y límites,  mostrando el horizonte y  fijando posiciones.  Es a ella, más que a nadie, a quien le tienen que gustar mis pretendientes, y es a ella, más que a nadie, a quien yo oigo y pregunto, a quien yo sigo y admiro.

- Ya, ya busqué- me dice mi hermana por teléfono en una nueva llamada-. Las runas son un grupo de letras que se emplearon para escribir en las lenguas germánicas durante la antigüedad  y la Edad Media. Mejor dicho, son como las del Señor de los Anillos, ¿si me entiendes?-, remata dándoselas de sabionda.

 Bueno Frodo y entonces ¿qué hago?, le preguntó dejándome contagiar por sus nervios frente a la masita de plastilina que reposaba en mi maleta.

- Tienes que botarla a un río-, me dice con total certeza como si, además de su trabajo diario, se dedicara a romper hechizos o a cazar hombres lobo. Yo leí -continua completamente seria - que para alejar las malas energías lo mejor es botar eso a un río. Vete ya con mamá y la botan.

- Ay, Li, ¿no estarás exagerando? A lo mejor el tipo solo quiso mostrarme sus, algo precarias,  habilidades de artesano… no, yo no creo que sea nada malo…

 Mejor que la botes.

Siguiente escena: mi mamá y yo, montadas en el carro y después de una mini crisis de nervios, vamos rumbo al río a botar la piedra y deshacer el hechizo  ¡Ja! Qué risa me da ahora. ¡Por supuesto que no estaba embrujada! Y por supuesto que las intenciones del man no eran otras que llamar mi atención - y de qué manera-, pero lo insólito de una situación que hoy nos saca carcajadas hizo que la runa nunca llegara a adornar mi mesa de noche y, en cambio, hoy continúe  viajando por las aguas profundas del Río Frío.

Con este personaje salimos a almorzar un par de veces. No nos volvimos amigos cercanos y de hecho algún día tuvo el valor de confesarme que “antes de que habláramos tú eras la mujer de mi vida, pero ahora que te conozco ya no tanto”.

Genial. Me pareció absolutamente extraordinario, no sólo el valor y el desenlace de la historia, sino la confirmación de que sin darnos cuenta idealizamos a las personas por cómo se ven y luego les damos la personalidad no que tienen, sino la que nos gustaría que tuvieran. Casi nunca la imaginación coincide con la realidad.

No importa. La vida, en su burla constante, nos trae personas que creemos son esto y resultan siendo aquello, estas otras que ni habíamos notado y resultan siendo todo, unas más que creemos que no nos notan, pero al final sí, y otras, como el personaje de la runa, que tuvo el ingenio, los pantalones  y los medios de llegar hasta mí no sólo para dejarme una historia maravillosa, sino para darse cuenta, con total tranquilidad, de que no era yo quien él esperaba.


Próximamente: Esta es la historia de mi amor adolescente