miércoles, 26 de diciembre de 2012

Decálogo de las crónicas de amor y desamor




1.       No ofenderás a nadie.
2.       Todo lo que consignarás aquí es verdad, o al menos tu verdad.
3.       Te lo tomarás todo con humor, y esperarás que los demás también lo hagan.
4.       No revelarás, nunca jamás y bajo ninguna circunstancia, las identidades de los protagonista de las crónicas de amor y desamor.
5.       No escribirás del man con el que estás saliendo (y mucho menos si te gusta de verdad) a riesgo de que se asuste y se vaya.
6.       Agradecerás lo vivido,  lo bueno y lo malo, pues si no ¿de qué escribirías?
7.       Aceptarás todas las opiniones, tanto las que estén de acuerdo contigo como las que no.
8.       Aceptaras siempre que eres subjetiva y hablas desde ahí.
9.       No buscarás verdades absolutas, como no existen.
10.   Seguirás caminando en dirección al amor. 


 

viernes, 21 de diciembre de 2012

El tipo del McDonald’s



 Las historias son para vivirlas y después,
 para contarlas



Para empezar a contar esta historia debo hacer una introducción que dará claridad a muchas otras historias por venir de las crónicas de amor y desamor. Mi hermana, quien siempre ha tenido una particular filosofía de la vida en la que cuenta lo vivido por vivido ha tenido una singular influencia en, digamos, mis citas románticas. Y esto ha sido así, además, porque mi hermana no sufre de vergüenza. Ella es muy buena para hacer el oso, pero para hacerlo de verdad, con gracia, con elegancia, con simpatía.  Es encantadora y con su particular manera de ser ha logrado concertarme citas con personajes que yo no conozco y que ella… tampoco. Ese es el caso del tipo del McDonald’s.

Domingo medio día. Me suena el celular.

-Te voy a contar un cuento muy chistoso- me dice mi hermana-, imagínate que esta mañana estaba en McDonald’s haciendo la cola para comprar un desayuno, cuando de repente en la misma fila había un man súper chévere y de repente se puso  a hablarme.

- Ajá- le digo yo sabiendo por donde va el agua al molino.

- Y entonces me pareció súper querido y me contó un montón de cosas.

- Ajá.

- Y pues tú sabes, ya al final, no sé por qué terminamos hablando de que si tenía novia y me dijo que no y entonces yo le dije que si le gustaría conocer gente pues podía presentarle a mi hermanita, pero es sólo para que sean amigos, ¿o es que acaso no eres tú le que me dice que conocer gente no es fácil?

- Ajá -vuelvo  decirle-. Ahora sí te chiflaste.

- Pero fresca- me dice como para tranquilizarme- para que no vaya a ser tanta la sorpresa le mostré tu foto (cómo si eso ayudara!). Le di tu teléfono y te va a llamar.

- Ay, Lina…

Y bueno, ¿qué hace uno en estos casos? Si es un ser sensato de guardadas composturas seguramente mandar para el carajo a la hermana por estarle consiguiendo citas a ciegas en la calle!! (Se lo dice mi cuñado: no rife a su hermanita como en feria de pueblo). Pero, como esta no era la primera vez que, digamos, mi hermana hace sus gracias y he de reconocer que, además de que su ojo y termómetro son impecables,  han sido más las experiencias buenas que las malas en la materia  dije, bueno, quién quita, habrá que conocer al tipo del McDonald’s.

Paso número uno: búsqueda en Facebook !Pero claro! Ahí está todo y todos, y qué pena me da pero ya me causa mucha sospecha alguien que no esté en Facebook. Lo encuentro, perfil relativamente abierto con, lo más importante, fotos disponibles. Las veo. Mmhhh. Interesante. Me parece un tipo atractivo y lo encuentro en situaciones que me parecen chéveres:
Foto montando bicicleta (es deportista, bien!), foto paseando al perro (le gustan los animales, bien!), foto de paseo con los amigos (es rumberín, bien!), foto con la familia (es familiar, bien!) foto haciendo yoga (Hace yoga!! too good to be true). Miércoles, le digo a Lina, este tipo se ve muy chévere, ¿Por qué estará solo?

Hasta ahí todo bien. Ahora, analicemos la historia con sensatez. ¿Quién carajos va a llamar a una vieja que no conoce así como así? ¿Y si lo hace qué le va a decir? ¿Tú hermana me dio tu número en un McDonald’s? No, hay que reconocer que para eso se necesitan cojones, muchos.  Así que pasa lo único que podía pasar: los días pasan y el tipo no llama.

Les cuento la historia a un par de amigos hombres, como para saber su opinión. Se mueren de la risa.

-Ay, guevón,- le dice uno al otro- esta pobre se va a quedar esperando que la llame el tipo del McDonald’s! jajajja.

- Ya quisieran ustedes que les pasara algo así-, les digo tratando de salir airosa de la burla.

El teléfono no timbra. Es hora de tomar medidas de choque. Bueno, me digo, este man no me va a llamar, así que le voy a escribir. Le mando un mensaje interno por Facebook en el que le digo que mi hermana me contó lo sucedido y que entiendo perfectamente que uno no  anda llamando a desconocidos pero que si, por algún motivo quiere hacerle gracia a lo simpático de la situación, lo invito a tomarse un café.

-¿Qué hiciste qué?- me dicen mis amigos-, no, no, no, ahora sí lo vas a espantar. ¡Va a pensar que estás desesperada!

Aquí tengo que decir lo siguiente. Yo creo, firmemente, que en la vida vale la pena arriesgarse. No con locuras extremas, no sobrepasando límites de respeto, no pisando carbón ardiente, pero ya no estamos como para decir, ay, no, que me saque a bailar, ay, no, que me pida el teléfono, ay, no, ¿irle a hablar sin conocerlo? ¡Por favor! y no es por hacer ajustes a un feminismo recalentado (detesto los extremos) sino por una razón mucho más sencilla: por andar en esas nos podemos perder de buenas oportunidades. That’s it.

Así que yo quemo mis cartuchos. Los que considero se ameritan. No me inmolo pero sí me alisto. Aquí estoy y entonces el tipo responde a mi mensaje, me dice que claro, que sí, que le parece una nota. Creo que siente un alivio de no haber tenido que llamar, pero de tener, todavía, la oportunidad. Nos conocemos sin conocernos. Me parece un gran tipo, una buena persona. Tenemos algunas salidas más y de vez en cuando entramos en contacto por teléfono.

Hoy se puede decir que el tipo del McDonald’s y yo somos amigos. Me cae muy bien y me divierte. Creo que conocí a una persona inteligente y amable que  definitivamente valía la pena conocer. No sé qué vayan a decir las estrellas ahora o más adelante, sólo sé que nada de eso hubiera pasado si mi hermana, o yo,  creyéramos en el ridículo y anduviéramos, con escudo en mano, protegiéndonos de él.


Próximamente: Un paréntesis en las crónicas de amor para contarles por qué no me empelotaría en SoHo.


lunes, 10 de diciembre de 2012

Fiesta de solteros


 


Bien sabemos que la vida nunca funciona así

Julieta Venegas



La idea me pareció maravillosa desde que me la contó Natalia, mi prima. Un amigo de ella, un tipo querido con el salió una sola vez, la había invitado a un evento público llamado “Singles Cocktail Party”. Ella me lo comentó en tono jocoso a sabiendas de nuestras muchas aventuras en los intentos de conocer gente, por eso cuando el miércoles pasado me envió un mensaje diciéndome que la fiesta tendría una segunda versión dije, bueno, y qué más da, debo estar allá.

Llegamos a la terraza del lugar con un plan establecido. Pero dime- me dijo Natty-, ¿qué hacemos cuando lleguemos?, qué oso, ¿y si no veo a mi amigo?, ¿y si nadie nos habla? Me costó algo de trabajo convencerla de que dejara al novio por un solo viernes  y se compadeciera de mi soltería, y fresca- le dije-, échame a mi toda el agua sucia, tú llegas y dejas clarito desde el principio que no estas interesada y que la que va ahí vestida de carnada soy yo.


-Mira- le dije-, lo importante es ubicar a tu amigo, saludar e integrarnos. Nos tomamos un trago y nos quedamos un rato, si la vaina está jarta, pues nos vamos, igual lo peor que puede pasar es que no pase nada, y eso ya lo tenemos asegurado quedándonos en la casa-, le aseguré- poniendo en primera fila los argumentos con los que enfrento los riesgos de la conquista; es decir, los que me hacen enorgullecerme de tener más cosas arrepentidas por hechas que por no hechas.


Entramos, un paneo rápido, unas 30 personas divididas en grupos de a tres, cuatro, cinco, conversaban con tragos en la mano. Buen ambiente, una vista divina desde un piso 12 reflejaba las luces del norte de Bogotá en las ventanas. El amigo-conocido de mi prima, la reconoció inmediatamente y nos saludó.


- ¿Mucha gente conocida?, le preguntó ella, como queriendo tranquilizar la incertidumbre -y el oso- de estar en una fiesta de solteros.

- Pues no, respondió él, pero hay que despercudirse. Sabias palabras, pensé yo.

Menos mal éramos dos. Menos mal siempre hemos sido dos. Con Natalia tenemos una historia larga, pero inocente, en cuestión de conquistas. Digamos que ella se conoce todos mis recovecos y yo los de ella, y juntas hemos levantado buenos y malos tipos. Tenemos una jerga propia cuando de levantes se trata y un conocimiento que no es más que una burla al que llamamos “El Manual de Levante” que contiene todos los secretos aprendidos y usados durante estos años. Divido en capítulos, lo sacamos a colación en cada situación en la que uno está en plan de conocer a alguien. El Manual no es  más que sentido común, pero nos divierte, sobre todo en situaciones como esas.

Pedimos dos ginebras  y empezamos lo que en el Manual se  llamaría  como “reconocimiento del terreno”, la escaneada, el primer recorrido. Me asusto porque veo mucha gente más grande que nosotras (entre 35 y 40 años) y no dejo de pensar, pues qué claro, qué más se va a encontrar uno en este lugar, ¡no ve que es una fiesta de solteros! ¡Ay, Dios mío! pienso, sólo me falta inscribirme a Colombiancupid y quedo hecha.

Mientras esperamos que nos sirvan los tragos, mi radar empieza a pitar. He detectado tres tipos en una esquina. Están solos, están churros, están jóvenes y se ven bien. ¡Bingo! Esto se compuso, le digo a Natty indicándole que mire a los manes de la esquina pero con di-si-mu-lo. Nos dan los tragos, volvemos a la sala principal y nos quedamos paraditas, con los vasos en la mano, tomando un poquito y mirando alrededor.


Me quito la chaqueta porque me da calor. Natty me dice, bueno, ¿nos tomamos este y qué? ¿Qué hacemos? Yo le digo, no sé… ¿cómo hacemos para que nos hablen? Los manes miran pero no hacen nada, conversan  en su zona de confort. Luego veo que se les acerca otra vieja y se ponen a conversar los cuatro. ¡Pum! un obstáculo. Natty me dice sentemos aunque sea, que aquí paradas nos vemos como unas huevas.


En el sitio hay varios sofás pero casi nadie está sentado. Los sofás que tenemos más cerca tienen carteras y chaquetas encima así que nos vamos hasta el otro lado del salón, donde hay un sofá solo.  Ponemos ahí las carteras y nos sentamos en dos banquitas a terminarnos el último cuncho de trago. Ahora, el grupo de tres me queda casi de frente. Veo que miran, miro, miran, miro.  

-Tienen guevo si no nos hablan-, le digo a Natty,  -Y además, si no nos hablan pues...pues…pues… ¡les hablo yo! exclamo en uno de esos ataques de eufórica valentía.


Desde que los vi, me gustó uno. Esas cosas como que ni se piensan, funcionan de una sola manera y siempre. Te gusta alguien sin que si quiera le hables. Te gusta alguien porque sí y luego, casi siempre, te gusta aún más después de que te habla.  Increíble, pero así parece funcionar esa química entre las personas. Tenía una camisa de cuadritos rojos y blancos y ojos claros.  Me miraba como de reojo y yo también. De repente, los tipos se sentaron en los sofás y oh sorpresa, llegaron otras de las solteras y se sentaron con ellos. Mal. Ahora si se estaba complicando la cosa. En un escenario de esos, en los que la gente va con la clara intención de conocer otra gente, las miradas, las conversaciones y los grupos se arman rápido.


-Mierda, ahora si nos jodimos-, le dije a Natty. Nos ganaron las barracudas. 

Pues ni modo, me dijo mi eguito interior, se lo perderán estos manes, sobre todo el de camisa de cuadritos. 

-Nos vamos o qué?-, me preguntó Natty, -Sí, vámonos porque qué más da, le digo yo. Déjame me acabo este poquito.

Seguimos ahí  conversando de esto y de nada, con la firme intención de tomarme el ultimo sorbo, pararme, ponerme la chaqueta y salir de ahí con mi dignidad intacta y mi  no –lo- puedo- creer. De repente, el man de la camisa de cuadritos se levanta de su silla, cruza la sala, y se viene hacia nosotras sin mirar atrás. Esto si es actitud, pienso. Se sienta en el sofá de al lado y nos dice, como rompiendo el hielo, ¿bueno, y a ustedes por qué nadie les habla? y yo no lo puedo creer. En el último minuto, score!

Empezamos a hablar y es un tipo encantador. Nos cuenta rápidamente qué hace y cómo se llama y claro, también porqué está ahí. “Vine con dos amigos de la universidad que me invitaron  y cuando me dijeron que era una fiesta de solteros pensé que era una vaina de swingers y les dije que estaban locos”. Me muero de la risa con todo lo que dice, me parece francamente maravilloso. El tipo nos pregunta qué hacemos, donde estudiamos (“nunca he sabido cómo se les dice a los que estudian en la Universidad  de La Sabana, ¿sabaneros? ¿Agricultores?” dice) y nos cuenta de su negocio y de su vida.

Seguimos hablando con él hasta que se une otro de los del grupo. Ja! Ya tenemos dos de tres, pienso. Pero es claro, el que me gusta es el de camisa de cuadros y me encanta que me guste porque hace mucho no me gusta nadie y no conozco a nadie en circunstancias como estas que son, admitámoslo, una manera muy divertida de conocer a alguien y una anécdota asegurada.

El man me mira mucho a los ojos. Con una mirada profunda.  A mí me dan como nervios, pero nervios de los buenos. Estoy feliz hablándole cuando me fijo en su mano izquierda. Tiene anillo. Está casado. What? siento como se activa el freno de mano que tengo adentro y me chirrean las llantas en seco. Me atrevo a cortar lo animado de la conversación para preguntarle así, de frente, ¿Y tú por qué estás acá si no estás soltero?

(Monologo interno: juemadre vida! ahí está pintada la condenada con sus ironías, ya lo dijo Alanis, isn’t ir ironic? meeting the man of my dreams and then meeting his beautiful wife.  Pero 
además, ¿qué está haciendo acá? y tan bien que iba todo… )

-Sí, me dice, yo no estoy soltero, pero vine a acompañar a mis amigos que sí están (valiente gracia, si ninguno me gustó!). Bueno, me digo interiormente, este va para el costal etiquetado con “amigos”. Seguimos hablando, riéndonos, pasando bueno. Mi prima se va porque tiene que madrugar. Me quedó con ellos feliz de la vida en una fiesta que se empieza a poner mejor. No sé en qué momento el amigo también se va. Nos quedamos el tipo de la camisa de cuadritos y yo. Hablamos, nos reímos, hablamos, nos reímos (¿Por qué? ¿por qué casado? me sigo preguntando).

Hay buena química, mucha. Entonces como que él se da cuenta de que el agua empieza a hervir y se  asusta. Y me dice, bueno, pero entonces, cuéntame, ¿cuál de mis amigos te gustó? ¿con cuál saldrías? y yo, que a esas alturas ya no tengo nada que perder, y sólo por no dejarme llevar a una conversación que claramente es una puerta de escape ante la incomodidad, le digo, la verdad, la verdad, el que me gustó fue usted, pero está casado y entonces no hay nada que hacer.

Nos integramos al grupo y ya somos cinco. Ellos tres, otra niña y yo. La gente en la fiesta empezó a bailar. Conversamos un rato más, hasta que lo saco a bailar. Bailamos. Hace rato no bailaba con alguien que me gustara así, como recién conocidito. Eso que se siente rico, y que uno se acerca un poquito y que me habla al oído, y que todo está bien. Además es alto, y yo que estoy subida en mis botas de seis y medio me digo, qué dicha, por fin un man alto! (no sé qué está pasando pero los manes, en serio, se están encogiendo). Bailamos, hablamos, nos reímos. Bailo con  sus amigos y luego bailo otra vez con él, porque está siempre pendiente, me mira, vuelve y me saca, no me deja ir.

Nos dan las tres, la fiesta se acaba. Me llevan a la casa. Es clarísimo que no va a haber pedida de teléfono ni de nada (y sinceramente creo que me sentiría peor si me lo pidiera, el teléfono, aclaro).  Me despido de los amigos. Me bajo del carro, se baja él. Me abraza, me dice qué buen plan, qué buen levante. Le digo, nos vemos. Las fantasías irrealizables del cerebro maquinan un beso. Nos despedimos.

Y esa es la aventura de la fiesta de solteros. Como un tequila sin sal, como un vaso de agua tibia, como el raspado del tarro de arequipe. No está completo, faltó un poquito, quieres más. Pero no se puede. Ya no le reboto las preguntas a la vida ni le mando mis quejas, sugerencias, reclamos, devuélvanme mi plata, ya solo me río con sus malos chistes, como éste, y entonces, miro al cielo, y le digo a Dios, ¿En serio? ¿Casado? ¿En una fiesta de solteros?
 


Próximamente: El tipo del McDonald's