All those fairy tales are full of shit
One more fucking love song, I'll be sick.
One more fucking love song, I'll be sick.
Maroon 5
Del que vive uno a los veinte, recién cumpliditos, cuando no
sabe nada de nada y cree saberlo todo de todo. Uno, que a esa edad es un bobo,
conoce a alguien ambientado por el aguardiente, las hormonas y la inexperiencia
y entonces piensa que ese mamarracho que
está al frente es una encomienda del destino, un resultado de la alienación
planetaria, un regalo coronado por un moño, un eres lo que he esperado todo mi
vida (cómo si 20 años fueran mucho!).
Pero no, qué va, por lo general esos primeros amores no son
más que anécdotas pasajeras, excursiones de descubrimiento, telenovelas
exageradas donde uno se siente Marimar y el otro Fernando José. Por eso, cuando
a mí me llegó el arrebato adolescente y
me dio por dármelas de Marimar me pegué una tragada (porque esa es otra: en
esos años uno se traga, se encapricha, se obsesiona. Enamorarse, bueno, eso es
otra cosa, eso llega más tarde, con un poquito más de camino recorrido, con un
poquito más de madurez) increíble que me hizo no sólo fijarme en una clase de
hombre que hoy me resulta ridículo, sino hacer cosas que, definitivamente, no
volvería a hacer.
El cuento empezó en un asado en donde un amigo de un amigo
de un amigo me presentó a este amigo, que entonces me pareció el doble de Tom
Cruise. (Primer síntoma de la traga, encontrarle parecidos con alguien famoso).
- De verdad, es igualitico-, le contaba yo a mis
amigas de la universidad entre clase y clase llevándolas al borde de la locura
de oírme el mismo cuento.
Pues Tomcito, como lo llamaremos para proteger su identidad,
era un tipo querido, con mucha más experiencia que yo, y con unas habilidades
muy bien puestas, de conquistador y escapista. Además, Tomcito tenía una novia
eterna e intermitente, con la que terminaba y volvía, terminaba y volvía
mientras me involucraba en su pequeño juego dándome el muy importante rol de llanta
de repuesto. Pero yo, en mi traga infinita, no era capaz de decir que no. No
importaba los juramentos que hiciera cada vez que me enteraba de que había
habido reconciliación.
- Te lo juro, Natty, te lo juro-, le decía yo a mi
prima entre sollozos y lágrimas,- está sí el la última vez, la última vez.
Pero muchos intentos pasaron antes de que al cuento llegara
por fin el punto final. Uno de esos incluyó lo que yo considero ha sido uno de
mis grandes episodios de amor (con todo y lo tímido que fue y con lo pequeño
que resultaría ante, estoy segura, verdaderas aventuras amorosas). El caso es
que en un diciembre Tomcito se fue a pasar vacaciones a donde su familia y yo a
donde la mía. Las ciudades, que quedan relativamente cerca, ardían en ferias y
fiestas de fin de año así que una vez culminó el Ana Nanita Nana, Nanita Nana,
Nanita E-Á, le dije a mi prima.
- Empaca maletas porque nos vamos.
- ¿Nos vamos? ¿A dónde?, me preguntó ella
asustada.
- Pues a ver a este man.
Y así fue. Después de llamar al amigo del amigo del amigo
y avisarle nuestra inesperada visita (sí,
no te preocupes, en cualquier colchoncito nos podemos acomodar), arrancamos las dos en flota, con una muda en la maleta,
cincuenta mil pesos en el bolsillo y la premisa de sólo se vive una vez, qué
carajos.
Sé que pasamos muy bien. Sé que vimos cabalgatas, caminamos
por las calles, bailamos salsa y tomamos aguardiente como si no hubiera un
mañana. Sé que conocimos amigos, improvisamos planes, comimos chicharrón y
tomamos lulada. Y sé que en medio de todo eso, y mientras llegaba la noche, mi
mayor preocupación era, bueno, ¿y ahora cómo hago para verme con este man? ¿Lo
llamo o no lo llamo? y si lo llama mi prima, ¿será que queda más disimuladito?
- Natty, llámalo.
- Ay, no Tis, qué oso y ¿qué le digo?
- No sé, cualquier cosa, que estamos acá, que nos
veamos, lo que sea… el caso es que ya estoy aquí y no me puedo ir sin verlo.
No me acuerdo finalmente cómo se concretó el tema pero efectivamente
esa noche terminamos viéndonos. Nos encontramos en alguna fiesta y a mí, que me
sentía la reina de la aventura, no paraba de saltarme el corazón. Además, para
ese momento nosotras ya llevábamos al
menos diez horas de parranda y no teníamos intención de parar.
Esa noche, ya todos juntos, seguimos la rumba. Y pasamos por
la fiesta del amigo, del amigo, del amigo. Fui feliz, cómo no, tenía a mi lado a Tomcito, aunque fuera esa noche,
aunque fuera un ratico, aunque yo fuera su comodín, su plan de desparche, su
siempre lista. Él – que para entonces no
recuerdo si estaba en ON o en OFF con su novia- también la pasó bien y no
desaprovechó el momento de tenerme ahí, en bandeja de plata, con todos esos
kilómetros recorridos para propiciar el encuentro más planeado del mundo al que
yo, sin embargo, había disfrazado de casualidad.
- ¡No puede ser!- le dije cuando por fin lo vi-,
¿Tú también estás aquí?, ¡Qué coincidencia!
Después de muchas horas más de fiesta finalmente volvimos a
la casa donde, a mi prima y a mí, nos
habían acomodado muy amablemente dos colchoneticas en un piso helado lleno de
pelos de gato. Con la luz del día pegándonos en la cara nos dormimos unas cuantas
horas. Cuando nos levantamos éramos dos piltrafas con la garganta seca, el pelo
enredado, el tufo más espantoso, la ropa
oliendo a mico, el maquillaje corrido y la lagaña en el ojo.
- Te das cuenta Natty-, le dije mientras la miraba
con un par de ojos hinchados que no podía abrir completamente-, ¿de qué en este momento somos miserables?
- Miserables, Tis, completamente miserables-, me
contestó ella desde la otra colchonetica mientras se quitaba los pelos de la
cara.
Y, aun así, con toda la miserableza del mundo cayéndome encima
me sentía feliz de haber vivido esas horas, con mis veinte años y mi corazón
vagabundo. Claro, aquí es cuando uno se da cuenta de que el amor no es el mismo
a los veinte que a los treinta, o a los treinta que a los cuarenta. Por ejemplo,
hoy yo no organizaría un viaje tan desprevenidamente, ni me iría sin la certeza
de saber dónde y en qué condiciones voy a dormir, ni trasnocharía más allá de
las cinco de la mañana. Hoy ni siquiera me gusta el aguardiente.
No me creería Julieta ni le creería a Romeo. Difícilmente
haría un viaje por ver a una persona sin estar segura primero de que también me
quiere ver, y por nada del mundo me permitiría volver a ser opción y no
prioridad. Pero sobre todo, hoy, no
volvería a perder la cabeza por cualquiera de los tantos Tomcitos que caminan
las calles y que incluso con sus treinta años a cuestas, cuando deberían estar
entendiendo el amor a la altura de su edad cronológica, prefieren seguir viviéndolo
como si el reloj se hubiera detenido, como si las buenas mujeres se
consiguieran en el súper mercado, como si la madurez de un compromiso diera
alergia y como si tuvieran veinte en vez de treinta y, este hecho, que sin
darse cuenta los empequeñece cada vez más, fuera su más grande y ostensible logro.
Próximamente: Hoy me levanté pensando en mi ex novio
Muy fresca tu narración, Ale. Un gusto leerte en este espacio!
ResponderEliminarjajajajajaj Me acorde perfectamente de esta historia!!! :D y cuando me contaste!!! ... te quiero! mi escritora favorita!!!! (quiero ver la novela ya!!!!) muaaaaaa
ResponderEliminarViernes en Le Privé, hace algunos años, muchos. Mónica está exuberante, la fiesta y la salsa se devoran esta noche, los toros y la sangre en la arena, y el ron con coca-cola que endulza el paladar son el combustible que impulsa esta vitalidad inmune al cansancio , todo pasa y todo queda, el sudor empapa las palabras, tengo 20 años, tengo que seguir hablando, no soy como Tomcito, no, yo tengo que acudir a otras argucias para llamar su atención, mis historias son envolventes, se van tejiendo con palabras y con los ojos en los ojos de Mónica. La miro de frente sin dejarla parpadear. La acabo de conocer. Le conté su vida, le dije que su problema con su papá era el de Edipo, le leí su mano con acierto, le recité El Nocturno, y me gané su confianza. “Una noche toda llena de murmullos…” Le dije, que llegamos a Cali en carro, que nos quedamos en el Campestre. Que Reyes nos invitó a una finca mañana, donde los Caicedo, que si conoces a Isabela Valdenebro, o a esta niña Tafur, ha no?
ResponderEliminarMario ya se levantó a Adriana y Ricardo sigue solo en la otra esquina. Adriana nos presentó a sus amigas y nos fuimos de juerga. Jorge se muere de risa con Pilar. En una rifa teatral de miradas con mis amigos me gané a Mónica a mi lado y se quedó. Prefieres la ventana? La noche nos consume en oleadas de energía de músculos en transcurso que oscilan al compás de esta música de la que estamos hechos. Me fascina bailar. Mónica me encanta, entró al Iceci. Me da un beso. Por fin hago silencio en esta noche mientras respiro su aliento en la pista de baile. Solo con mi pena..solo con mi condena…Alguien decidió pedir tequila. Para dónde se fue Mónica? Se van todas al baño, Pilar está mareada, el sol se empieza a colar por la ventana de la entrada. Mónica esta pálida. Tiene el maquillaje corrido y el pintalabios lo tengo yo. Su cuerpo se pega al mío. Alguien maneja, no se cómo, otro beso, otro más, adiós nos vemos mañana te llamo. Al otro día Mónica no va a donde los Caicedo se va con su novio a loa Columpios a tomar chocolate. Un Bloody Mary misteriosamente vuelve a poner todo en su citio. Hay lago con jet ski, Hola cómo te llamas?