miércoles, 24 de julio de 2013

Por favor, no la lleves al Club


Antes de retomar

Desde el día en que la vida se burló de mí  después de una fracasada fiesta de solteros y me dijo, una vez más, el amor no se busca, no se persigue, no se persuade, no se ruega, no se caza, no se intercambia ni se espera, este blog  me ha traído plena felicidad, plena satisfacción.  Desde entonces, como un llamado de la vergüenza, empecé a escarbar en mi memoria, empecé a recordar mis historias, empecé a escribir todos esos episodios que en alguno de mis ya pasados días eran mi presente, mi respiración y empecé a entender, con claridad, por qué vale la pena contar las historias , sin pena, sin arrepentimientos, sin culpas ni falsedades. Todo lo aquí consignado, desde la primera coma hasta el último punto,  es verdad. Y este inicio que fue un arrojo, una manera de insertar la ironía en el papel, hoy deja a mi puerta más de 7 mil lectores y más de cien mensajes de personas que no conozco y otros muchos de personas que sí, con algún comentario extraordinario para Pasos de Elefante. Mis agradecimientos totales a los que han leído estas historias, una o todas, a quienes se han visto reconocidas en ellas, a quienes me han pedido que cuente otra, que cuente más, que cuente, incluso, la suya propia. Hoy Pasos de Elefante me deja aquí, a la orilla de lo que yo he llamado una segunda y última temporada, a la memoria consignada en pantalla, a los recuerdos salpicados de pimienta, a la evidencia, completa, de que mis ex novios leen mis blog (título que recibirá una próxima entrada) y, como respuesta, me mandan todo tipo de réplicas: desde el silencio espía hasta su versión propia de los hechos, a la certeza de que vale la pena vivir el amor honesto, siempre y en todos los escenarios. Me ha traído el gusto por escribir de nuevo, por escribir con juicio y por no sólo escribir de esto. Y me trajo, con su paso fuerte y obligándome a hacer una pausa en la rutina quincenal de tejer esta páginas, al amor de mi vida. El personaje,  a quien conocí hacia 10 años en una fiesta de colegio, se perdió de mi mapa mientras hacía el suyo. Volvió después de haberme encontrado  en una foto en Facebook (“Facebook, mi poderosa arma de levante”,  también en una próxima entrada) y acto seguido haberse leído este blog, de principio a fin y en una sola sentada. Luego nos encontramos, nos reencontramos y me di cuenta de que aquel personaje maravilloso no sólo aún me gustaba y más que antes, sino que era, que es, la terminación de la búsqueda, la respuesta a la pregunta, la balanza equilibrada, la vida y su lado rosa, por fin, haciendo justicia.  El fanático de este blog y el impulso que me anima a escribirlo, las piernas que no tiemblan, la cabeza que no duda, la voz firme, el  presente compartido, el futuro proyectado y la decisión, ya, aquí y ahora, de empezar a caminar juntos para no parar jamás. Nicolás es el punto final. Y de él también escribiré.


 Por favor, no la lleves al club

Si este es el camino,
que trace contigo, 
no mires atrás,
que hay que continuar
Presuntos Implicados

Eso fue lo que le pidió, encarecida y desesperadamente, la ex esposa del único separado con el que he salido en mi vida. Yo, que llegué  su vida cuando apenas  terminaba de sacudirse  el polvo de las rodillas y los papeles de divorcio aún permanecían sin firmar, me embarqué en una aventura de tres meses que debido a la adrenalina, a los altos y bajos, y a los impactos familiares parecieron tres años.
Todo empezó, como casi siempre, con una llamada de mi hermana:

    - Fresca, me dijo.  No es para nada ni nada. Sólo acompáñanos a comer con este amigo de Santiago que está recién separado y quiere hacer amigos. Además, estoy segura - me dijo poniendo énfasis en esa palabra y  con esa misma palabra retando al destino - de que por nada del mundo te gustaría

    - De una, le contesté yo, sin ninguna sospecha abordo, con la tranquilidad  de que era un hombre que apenas estaba levantándose de su traspié, con la advertencia de que era mucho mayor, con la censura de que estaba separado.

Así que cuadramos la salida y fuimos a comer. Sin intenciones, sin prevenciones. Una noche tranquila que venía advertida por el prontuario de mi hermana, la improbabilidad de que don cuarentón mirara doce años para abajo y el escepticismo, para entonces siempre presente en las citas de final romántico o con posibilidades dé concertadas por mi hermana y su muy defectuoso radar del mathcmaking (remitirse a historias pasadas para entender lo que digo).

Todos estábamos claros con el asunto. Todos menos la vida que tiene esta divertida costumbre de darle dos tazas al que no quiere ni una. Así que salimos esa noche, y contra todos los pronósticos,  nos gustamos y empezamos a salir.

- ¡Pero no seas exagerada! ¡Cuál es el problema si ya está separado! le volví a decir a mi hermana cuando me llamó con los pelos parados después de enterarse  de que la comida tendría segunda parte.

     - No, por favor, no, me contestó ella anticipando el desastre. No te metas con él que esto termina mal.

Pero qué va, el capricho me mordió el cuello, la rebeldía del quiero puedo y no me da miedo se instaló en el frente de batalla y la mamera de  que mi hermana me controlara la vida me empujó la espalda (¡¿acaso no fuiste tú la qué me los sacó?!) y me paré frente al mundo, encima de mi familia, encima de mis amigos, encima de todo y dije: sí, sí, sí. Salgo con él, con él y su pasado, con él y su presente, con él y sus hijos, con él y su ex mujer. Porque evidentemente no éramos sólo dos en esa relación.  Éramos él y su equipaje, sus buenos kilómetros recorridos y yo, y mi maleta desocupada, mi tacómetro apenas estrenado. Entonces dije sí, salgo con él porque me parece un gran tipo, porque me importa un carajo lo que ustedes piensen, porque decidí vivir esto, porque vale la pena.

Y ahí fue Troya.

Fue Troya para él  y su ex mujer que ya no se querían más;  fue Troya para mi hermana y para mí que nos dejamos de hablar durante los tres meses que duró la relación; fue Troya para su ex esposa y mi hermana que eran amigas y lo dejaron de ser;  fue Troya para mi cuñado y para él que eran amigos y casi lo dejan de ser; y fue Troya para mis pobres padres que duraron ensanduchados entre los reproches diarios de mi hermana, con sus Tis se enloqueció,  y mis justificaciones de batalla, con es que yo hago con mi vida lo que me dé la gana.

Para hacer las cosas aún más difíciles era yo la primera persona con la que él salía, digamos, medio en serio después de haber sacado su ropa y su futuro de la otrora casa conyugal. Y así, con la cara de “sí, soy la nueva” me tocó conocer a los amigos, almorzar con la familia y, lo peor, presentarme ante un par de niños chiquitos que sin velas en este entierro no sabían quién era yo ni por qué estaba con su papá.

De todo, tal vez es esto lo más difícil de salir con separados cuando los dos no están en las mismas condiciones, y con eso me refiero a tener o no hijos.  Porque la prioridad del otro, entendible y razonable, serán siempre sus chiquitos, pero claro, para el que está del otro lado, en este caso para mí, el segundo plano era mi única opción, y por mucho que me gustara el señor y por mucho que quisiera vivir eso y nada más, odiaba la opción de ser un punto seguido, renegaba de un futuro impuesto por las circunstancias y no me sentía cómoda en el papel ni de mamá sustituta – entiéndase bruja de cuento- ni de niñera – entiéndase empleada sin sueldo y sin autoridad. 

Y fue en una de esas veces en las que los planes no nos coincidían con los tiempos ni con los hijos y en la que seguramente llevábamos algunos días sin vernos que él, inocentemente, decidió romper el pacto que había hecho con su ex mujer y que para ellos, como para la mayoría de la gente divinamente (léase diii-i-na-menttte) de Bogotá para la cual las apariencias pesan más que la realidad, era casi o más importante que la verdadera separación de bienes: llevarme al Club.

-   Por favor, acompáñame a recoger a los chinos, me dijo-. Te juro, te juro que mi ex mujer no va a estar. 

 -  Ni loca, le contesté yo. (No sólo porque detesto los clubes por ser la expresión más cula de la oligarquía pura y dura, sino porque tampoco iba a vender mi dignidad así como así, ya sabía yo que entre la repartición de los acuerdos de pagos, pensiones y fines de semana de su hijos y otros asuntos, había salido el tema del club como un inalienable y ¡umh! ni crean que me voy a aparecer por allá).

Pero él siguió insistiendo.

-  Vamos, vamos y almorzamos. Ella no está porque hoy no es su día. (Hasta para esto tenían horarios, lo que me hacía y me hace pensar en lo triste que debe ser quedar relacionado de por vida con alguien que a kilómetros te huele feo).

Entonces yo empecé a ceder:

-  ¿Seguro que no va estar?

-   Segurísimo.

- ¿Seguro, seguro?

-  Que sí, hombre.

- ¡Porque donde esté es que yo te mato!

-  Camine más bien y deje de alegar.


Y así fue. Lo que se llamaría el primer error en una cadena de errores. Lo que se llamaría tentar a la vida. Lo que se llamaría tomarte la segunda taza del caldo del que la primera cucharada ya te indigestó. Pero sacudí mi cabeza, creí en su palabra, pensé la vida no puede ser tan desgraciada y llegamos al Club; ahí estaba  con sus enormes zonas verdes que a duras penas podían sostener los igualmente  enormes egos de quienes caminaban sobre ellos con sus vestiditos blancos y su niñeras, también todas de blanco, caminando dos pasos por detrás.

Me sentí como lo que era. Una foránea que no pertenecía al lugar. Claro, él saludaba aquí y allá mientras a mí sus conocidos, sus amigos, sus compañeros de golf, qué sé yo, me miraban como diciendo miércoles ya la trajo al Club. Yo les devolvía el saludo, con una sonrisita falsa que no me salía, con un mucho gusto qué tal que se quedaba entre los dientes, con un me quiero largar de aquí que le advertía a él con la mirada. Ahí estaba queriendo morirme, queriendo matarlo, queriendo que uno de los huecos de la cancha de golf me absorbiera y me llevara a las profundidades de la clandestinidad donde toda esa gente ya no pudiera verme ni saber quién demonios era yo. 

Creo que entendí, ahí mismo, lo que sienten los animales la primera vez que los exhiben en un circo. Y claro, a este Club, que también era un circo, habían llevado al más reciente ejemplar. Esto desde mi lado. Porque hoy, con la lejanía de esta historia, puedo entender la advertencia, la angustia de la contraparte: debe ser terriblemente doloroso que otro (en este caso otra) invada el lugar que por tantos años fue santuario de esa relación. Es más, hoy pienso que ese Club fue por muchos años lo único que sostuvo esa relación.  Ese Club y sus rutinas: la de recoger a los niños, la de dejar a los niños, la del almuerzo aquí, la de la comida allá, la de encontrémonos con mis papás y las de los muchos etcéteras que los sostenían mientras nada más lo hacía.

El almuerzo, atragantado y a pedazos, me supo a cacho.  Y cuando pensé que estaba coronando la cima y que me iba a tomar el ultimo sorbo de limonada para pararnos e irnos, lo veo volver del baño, lívido y apurado.

- Silvia está aquí, me dijo. 

- ¡¿Qué?!, le contesté a punto de sacarle los ojos con un tenedor

- Te juro que no sabía, no sé por qué está aquí si hoy no es su día, trató de explicar la situación en un balbuceo que en nada ayudaba.  Supongo que mi hermana la invitó porque las vi juntas.

- ¿Y ya me vio o será que me toca tirarme al lago y salir nadando? le dije yo con esa rabia  que me subía por los pies y que esa mañana, antes de convertirse en monstruo,  había sido intuición. ¿Y entonces qué?, le volví a preguntar más histérica que antes.

- Creo que es mejor que nos vayamos.

En ese momento, la inquebrantable verdad de que pasara lo que pasara era yo quien tenía que salir de ese lugar me hizo entender por qué a un tipo separado le pesa más el pasado y el futuro.  Es ahí donde me di cuenta que si bien los hombres que han vivido más tienen algunas cosas que enseñarte, y que enseñarte muy bien, vienen también con una carga tan pesada que terminará sobre tus hombros.  Vienen cansados, desilusionados, trajinados. Vienen con enormes responsabilidades, muchas veces con más miedo al compromiso que nunca y vienen, sobre todo y siempre, siempre, acompañados de su ex mujer. Porque eso sí, mientras haya un hijo de por medio, olvídense mujeres del mundo que ustedes serán las primeras. La primera ya fue y siempre será.

Ahora: no digo que no haya grandes tipos que sean separados y que en ese bingo le pueda tocar a uno un verdadero príncipe con hijos principitos y ex mujer doncella, tampoco que el mercado del usado no sea una excelente opción, pero lo que sí es claro es que ahí habrá equipaje y, entonces, es decisión propia cargarlo con la boca callada o blasfemar a los cuatro vientos, sin sentido y sin razón, por cuenta de una decisión propia.

- Listo, vámonos, le digo. Espérame entro al baño.

Y  es después de soltar el inodoro cuando abro la puerta del cubículo para salir a lavarme las manos que la veo. Está parada lavándose las manos, dándome la espalda, mientras me mira fijamente por el espejo. Me quedo quieta dos segundos mientras proceso la información, miro a un lado, al otro, no hay nadie. Es su ex mujer.

- Mierda- pienso- lo que me faltaba: esta vieja me va a mechoniar.

Respiro, saco toda mi dignidad y preparo mi discurso mental (ni que le hubiera quitado el marido, yo llegué cuando aquí ya no había nada, y además, yo tampoco soy ninguna aparecida así que me respeta), doy tres pasos firmes hasta el lavamanos (que no se me note el miedo que esto como es los perros, si lo huelen te jodiste) abro la llave lentamente, presiono el jabón, le doy vueltas entre los dedos mientras me miro fijamente en el espejo, ignorándola por completo, siendo más grande que la situación.

Ella me mira de arriba abajo. Me detesta. Quiere darme contra las paredes y decirme que soy una tal por cual roba maridos, quiere aruñarme la cara y arrancarme el pelo, quiere que estuviéramos en una plaza de mercado y no en un baño de un Club estrato veinte, así que muy señora, como siempre fue, se sacude las manos, da media vuelta, me lanza una última mirada de odio  y sale de ahí  dejándome sólo ese encuentro en el que, en silencio, todo se dijo.

Me sacudo las manos. Respiro hondo mientras me miro al espejo. Aún me tiemblan las piernas en una mezcla de indignación, rabia y miedo. Me miro al espejo y decido, en ese, su territorio, que no vale la pena dar esta pelea, que mis batallas están más allá de este lugar, que otros laberintos y otros continentes esperan por mí y que, mientras sea mi decisión, no habrá más separados en mi vida cuyos rastros de pasado pudieran enredarse entre mis pies.

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