lunes, 25 de marzo de 2013

Esto sí me mama de estar soltera





Los tipos duros pasan apuros
cuando se cruzan por mi carril 
y en el cielo todos los santos 
son de mi bando y  rezan por mí  
Cristina y Los Subterráneos





Eso pensé, hace poco, cuando después de acabada la reunión donde estaba me di cuenta de que, ya muy tarde, tendría que ver cómo carajos me devolvía sola a mi casa. Pero para que me entiendan empecemos por lo primero: a mí no me importa estar soltera, no me atormenta no tener plan fijo, no me da fiebre no tener plan en absoluto. Es más, la soltería es casi que mi estado  natural,  es allí donde he pasado más tiempo, donde se han alumbrado la  mayoría de mis años, donde casi siempre estoy cuando alguien pregunta por mi estado civil. 

Yo me desenvuelvo muy bien en la soltería, conozco el territorio como pez en el  agua, no hago estupideces por falta de afecto y no peleo con mi autoestima, que bien puesta sí la tengo. Yo prefiero estar soltera que estar por estar, cuido mis elecciones,  me rijo por estrictos parámetros de selección, no me le escondo a la soledad, huyo del pior es nada.

A mí no me afectan los fines de semana sola (de hecho, casi siempre salgo disparada como pepa e’ guama para mi casa en la sabana huyéndole a la locura de la semana,  al cansancio de la ciudad), ni me aterran las noches de viernes  empijamada, con medias peludas, cobija encima, cebolla capilar  y control remoto en mano.  

Tampoco me da algo si los sábados, a falta de plan, a falta de novio, a falta de pretendiente o falta de todo las anteriores, decido, libre y voluntariamente, meterme en mi cama y leerme un libro (sí, yo leo los sábados en la noche) o, como hoy,  escribir alguna de estas pendejadas que ahora ustedes están leyendo. Y no, tampoco me da mareo ir a una fiesta en donde todos están felizmente emparejados y cuando suena un merengue salen, cual bandada de pájaros,   a revolotear en la pista.

Yo puedo ir a una rumba sin pareja y conseguir con quien bailar. Yo puedo ir a un asado e integrarme con las parejas. Yo puedo ir a un matrimonio sola y pasarla muy bien. Yo puedo vivir mi vida, tan feliz y plena, sola como acompañada. Pero hay una cosa, una sola cosa que sí me mama de estar soltera: tener que coger un taxi.

Y eso sí me aburre profundamente por ninguna razón distinta a que estamos en Ciudad Gótica, donde cualquier cosa puede pasar y donde cada vez los cuentos de los taxis son más espeluznantes, más  terroríficos y más cercanos. Que a no se quiencito le hicieron el paseo millonario, que a no se quiencita la emburundangaron, que a fulanita casi la violan,  que a mi primio, mi tío, mi hermano, que a mí.

Uno va viendo, con ojos de pánico,  cómo esas historias  se van acercando cada vez más, cada vez más, y es ahí cuando uno, al menos de vieja, y un sábado a la una de la mañana estando en un barrio que no conoce, se acuerda de que está sola y de que no hay ni Batman ni Robin que te puedan acompañar. Entonces ha llegado el momento de respirar profundo, llenarse de paciencia y pedir un taxi.

Así que cuando el asado al que asistí hace poco y que desencadenó esta crónica se fue apagando y  las parejas empezaron a salir como si fueran a montarse al Arca de Noé, yo me puse mi cartera en señal de yo también me voy de aquí, di diez pasos hasta la portería, saqué mi celular, y con la dignidad intacta mientras me iba despidiendo de todos los enamorados, marqué  el cuatro uno uno uno uno uno uno.

Dos timbrazos y la voz, melódica y profunda, de este señor que te contesta cual Jairo Alonso en sus mejores años.  

- Buenas noches, su dirección es calle 100 con …para servicio automático de taxi marque uno... 

PII, marco tres, pues tienen registrada la dirección de mi casa y yo, claramente, estoy en otra parte.

-  Buenas noches, le hablá Yurani  Pineda ¿en que la puedo ayudar?, me contesta finalmente la operadora, a quien oigo lejana, en medio de un call center lleno de voces y pitos.

-  Yurani, Alejandra Grillo, ¿me ayudas con un carro por favor?

-  ¿Dirección?

-  ¿Cómo es que es la dirección de aquí?-, le preguntó al portero que tengo al lado y que, tiene cara de no saber dónde está parado.

-  Avenida Boyacá con 128, le repito a la operadora palabra por palabra después de que las oigo del portero.

-  ¿Barrio?-me sigue preguntando ella.

-  ¿Barrio? le pregunto yo al portero.

-  Bosques de María, me contesta.

-  Bosques de María, le contesto yo a la operadora.

-  Un momento por favor, me dice y me pone de fondo la cortinilla de mensajes motivacionales que las compañías de taxi utilizan como si, de verdad, uno colgara siendo  una mejor persona después de oír todas estas casi místicas y  empalagosas revelaciones.

“Un amigo es alguien que siempre está contigo en las buenas y en las malas” oigo por una oreja mientras pienso pues sí, ¿no? si no, no sería como amigo.

 “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, continúa al otro lado de la línea. Ay, Dios mío ¿quién será el genio de comunicaciones de esta empresa? O ¿será que esta es labor del de mercadeo?

 “Tú madre es el mejor de los regalos, recuerda honrar a tu madre”, remata la voz mientras nada que me confirman el taxi. Post it mental: recuerda honrar a tu madre, me repito yo mientras les hago señal de adiós con la mano a otras de las parejas que van saliendo mientras me ven con el celular pegado a la oreja, paradita al lado del portero.

Así que aguantar frío, indagar por la dirección del lugar en el que estás (no, no es casa ni apartamento, estoy en una portería, estoy en un bar, estoy en un restaurante…) y esperar a que te confirmen el taxi para aprenderte las placas mentalmente mientras las repites rápido por miedo a que se te escapen (Bravo, Alfa, Torre, cuatro, uno, cinco, Bravo, Alfa, Torre, cuatro, uno, cinco) es parte de la rutina de salir sola y tener que llegar, de la misma manera, hasta las cobijas.

- ¿Doña Alejandra?- por fin ha vuelto Yurani. El barrio no coincide.

- Que el barrio no coincide, le digo yo al portero ya ni tan aterrada de estar, una vez más, ante un celador que no tiene la menor idea de cómo se llama el barrio en el que está. (¿Será que esto es como parte del entrenamiento? me pregunto, cuestiones de seguridad secreta que no entendemos los pobres transeúntes que sólo queremos saber cómo carajos se llama tal o cual pedazo de ciudad).

-  Mire, le digo por fin a la operadora, no estoy segura pero esto es como cerca de esto y aquello y así, entre las dos, logra al fin ubicarme – hay que decir que el nombre del barrio no tenía nada que ver con Bosques de María y eso fue solo un chispazo de creatividad del señor vigilante- y finalmente me confirma el taxi.

Mientras  llega el carro  y cuando ya todos se han ido me siento sola en las escaleras heladas de la portería.  A través de la ventana veo al portero que está envuelto en su ruana, viendo televisión en  una pantalla chiquitica. Suspiro y es ahí cuando me digo esto sí me emputa de la soltería, toda esta logística de taxis y soledades,  de tener que rezar todos los Padre Nuestros que me sé si por chance, y después de  tres horas de insistencia telefónica, increíblemente, ni uno solo de los cincuenta mil taxis de Bogotá está disponible y entonces me toca lanzarme a la calle a buscarlo, de estar aquí, en este momento, con el cielo negro sobre mi cabeza y la boca con sabor a ausencia, a paciencia. 

Ahí es cuando extraño a mis novios, o estos tipos que he querido tanto aun sin llegar a serlo,  pero que con tanto amor me han recogido, me han llevado, me han acompañado o me han llamado a decirme, no te preocupes, ya voy por ti. Pero no me malinterpreten, no es por gasolinera o porque yo piense que mis novios deben ser mis choferes, no, no, no, es más porque el hecho de que alguien te recoja es una muy buena representación simbólica de todo lo que es una relación.

Es la confianza y la preocupación por el otro, es la generosidad y la disposición, la amistad, la lealtad, la responsabilidad, el apoyo. En definitiva es una muestra, pendeja y chiquita,  y en la que casi nunca pensamos, de las maravillas que trae el amor y de las que por amor estamos dispuestos a hacer. Piensen y verán que uno sólo recoge a sus más cercanos, a sus más queridos (y más con el tráfico de Bogotá), y de la misma manera, uno sólo le pide a sus más cercanos,  a sus más queridos que vayan por uno.  Que alguien vaya por ti con intención, con generosidad y, además, con una sonrisa es una muestra muy poderosa y muy diciente de lo que es el amor. O al menos, para mí siempre lo ha sido.

Diez minutos pasan antes de ver las luces del taxi reflejadas en la portería. Me levanto como un resorte, le deseo buenas noches al portero, me subo al carro, doy la clave y la dirección y me voy tranquila por entre las calles solitarias de una ciudad desocupada que espera la madrugada.

Llego a mi casa, pago, me bajo y empiezo a subir las  escaleras  con la certeza de que hubiera sido rico que alguien me hubiera recogido, me hubiera saludado, me hubiera preguntado cómo me fue y me hubiera depositado aquí, sana y salva. Y sin embargo,  también tengo esta otra,  enorme, de que no dejaré de hacer cosa alguna porque hoy no hay quien me recoja o quien quiera yo que me recoja.

Además, me digo, ya has empujado carros, cogido flotas, caminado kilómetros bajo lluvia y bajo sol, pedaleado en bicicleta, explorado todas las rutas del Transmilenio, montando en metros de ciudades lejanas, volado en helicópteros y en parapentes, aguantado busetas pulgosas, sobrevivido a buses asesinos, manejado mecánico, automático y convertible como para no sortear, una vez más, una ciudad tenebrosa, un taxi  y un poco de soledad.



Próximamente: Así fue mi primera cita a ciegas 

lunes, 4 de marzo de 2013

Hoy me levanté pensando en mi ex novio




Tanto la quería,
Que tardé en aprender
A olvidarla diecinueve días
Y quinientas noches.
Joaquín Sabina


Así fue, desde que abrí el ojo a las seis de la mañana con un recuerdo puntual que me llegó a la cabeza no sé de dónde, no sé por qué, hasta ahora cuando escribo esto a las once de la noche. Lo he tenido disfrazado de fantasma, rondándome la cabeza, azuzándome el corazón, apareciéndome en los recuerdos y en las coincidencias como un alma en pena que decide volver del más allá como si aún tuviera asuntos pendientes por resolver.

Y bueno, me dije al levantarme de la cama, será normal, los duelos toman su tiempo, no hay que apresurarlos, no hay que chancletearlos, hay que dejarlos en su propio proceso, a su propio ritmo, en su propio estado, de lo contrario nunca te abandonarán: un duelo mal hecho es como un chamba a la que no lo cogen puntos, es una cicatriz segura, fea y segura. Así que esta mañana cuando el fantasma se metió a la ducha conmigo y no me abandonó  cuando le untaba queso crema a las galletas y batía mi Nesquik  lo enfrenté: 

- ¿Y es que te piensas quedar aquí todo  el día?

De pie, estático, lleno de pasado, inexistente en el presente, ausente de futuro, me respondió mientras cruzaba la cocina y se recostaba contra la nevera.

-  No tengo la menor intención de irme.

Sacudí la cabeza intentando sacármelo de ella, suspiré y me repetí en voz alta  el primer principio práctico del yoga y de la vida: lo que resiste, persiste. Así que, me dije mientras  lavaba los platos, hoy será abrirle la puerta a esta ánima para que entre, ande por la casa, revuelva lo que quiera y termine, después de haber levantado las cobijas y haber esculcado los cajones, mirándose en el espejo, haciéndome una mueca de despedida y cerrando la puerta con fuerza y determinación, tal cual lo hizo hace un tiempo su  versión de carne y hueso.

Supongo que hoy me levanté pensando en mi ex novio porque sí que lo quise. Lo quise con el alma, con el alma pura y transparente; lo quise con el cuerpo,  con  el cuerpo y cada uno de sus huesos, lo quise con el corazón entero, tanto y tan profundo como hasta hoy no he querido a nadie. Y claro, tanto amor no se va de un día para otro. Se desvanece de a poquitos, sí, se desdibuja con los días, sí, se descolora con el tiempo, sí, pero a veces, como hoy, aparece a pleno color, como si lo hubieran repintado de neón, como si lo hubieran puesto bajo los reflectores, como si las luces del concierto de Madonna fueran una iluminación chimba, un par de farolas desgastados que apenas prenden al lado de este escenario que brilla en toda su intensidad.

Con semejante perspectiva de día no pude más que terminar de desayunar, lavarme el diente, cerrar la puerta y empezar a andar, un paso tras otro, un paso tras otro mientras él, el fantasma, me seguía pegadito, mirándome con sus ojos grandes y su cara de “hoy no te escapas de mí”.

- Camine a ver si ya no hay nada más qué hacer, le dije mientras me detenía para verlo. Camine a ver, pero rápido que llego tarde a la oficina.

Y entonces en medio de mis horas, de mis múltiples obligaciones, cuando los surcos de mi cerebro deberían estar llenos de conexiones rápidas y eficientes que ejecuten, que propongan, que inventen soluciones y hagan andar las ruedas de mis proyectos laborales ¡Pum! mis neuronas deciden qué no, que nos vamos a quedar quieticas un rato porque el señor fantasma tiene unas historias que te quiere recordar.

-  ¿Te acuerdas - me dice entonces el fantasma levantándose de la silla que ha instalado al lado de la mía y acercándoseme al oído - de ese día que nos fuimos de paseo en moto con tu prima y tu hermano? ¿Te acuerdas de ese día, de lo bien que la pasamos, de cómo nos reímos? ¿Te acuerdas de que grabamos un video y todo?

-  Ajá, me acuerdo, le respondo con el dolor de  la nostalgia, con el recuerdo del video, con la felicidad de este día atravesada en la garganta, como si hubiera sido ayer.

-  ¿Y te acuerdas - continúa- de qué la pasábamos realmente bien? ¿De los chistes y los cuentos, de los perros calientes y el rugby?

- Ajá, me acuerdo.

-  ¿Y te acuerdas, remata, de los planes que quisimos hacer y no alcanzamos? ¿Te acuerdas de Cuba y de Little Italy y de Domingo? ¿Te acuerdas, te acuerdas?

- Me acuerdo, le respondo con la mirada perdida.  

Entonces mi cerebro da un salto. Y los enlaces de la razón, de la verdad, de la aceptación de las circunstancias tal y como son, tal y como fueron, le dan un puñetazo a estas otras de la ensoñación y el anhelo.

   - ¿Y te acuerdas tú - le pregunto volteando mi cabeza para mirarlo fijamente, recostado contra la mesa, con los  brazos cruzados, no siendo más que mi mente anclada al pasado, atormentándome con sus tácticas, confundiéndome con sus mañas - que te largaste para no volver? ¿Te acuerdas que te cansaste rápido, que no apostaste más, que me sacaste de tus sueños una vez te los ayudé a cumplir? ¿Te acuerdas cómo le pusiste fecha de vencimiento a esta relación cuando se volvió una incomodidad para tus planes? ¿Te acuerdas?

Y así, como desvaneciéndolo en el humo con que Hechizada aparecía y desaparecía o con el que salía de su botella el genio de Aladino,  logro que desaparezca un poquito, que se aleje por unas horas, que me deje trabajar en paz, que no se me aparezca reflejado en el café, ni me pregunté más guevonadas, como si no tuviera suficiente trabajo, verracos recuerdos, como si no tuviera nada mejor que hacer que mirar hacia el infinito mientras abro puertas al pasado.

- Al diablo, me digo.  Aquí y ahora, aquí y ahora. Lo demás no existe.

Acabo mi tarde y vuelvo a casa. El fantasma aun viene detrás de mí, no tan nítido ni tan alevoso pero con un sutil rastro que arrastra los pies; entonces cierro la puerta de mi apartamento y encuentro a mi prima sentada al frente del computador inmersa en el reflejo de la pantalla.

-  ¿Qué ves?, le pregunto.

- Este video, me dice mientras me voltea la pantalla para que yo también lo pueda ver.

Es el video del que me acordé esta mañana, el del paseo en moto, con el que me levanté en la cabeza, el que exhumó al fantasma y lo trajo de vuelta. Es el video que tuvo la buena idea de disfrazarse de pala para  desenterrarme recuerdos todo el día,  es ese, el video que mi prima se está chismoseando otra vez, ese, precisamente ese.

-   Uy Natty, no me muestres eso que se me revuelve hasta el alma. 

Y como si de verdad ocurriera que la vida fuera una obra de teatro y que alguien planeara el guión sólo para vernos la cara de sorpresa -y de tontos- ante las que creemos coincidencias, entro a mi cuarto, prendo el computador, abro una hoja en blanco  y empiezo a escribir.

-    ¿Qué haces? ¿Qué vas a hacer?-, me pregunta el fantasma mientras me ve teclear con determinación,  más pálido de lo normal, muriéndose de susto de aparecer en este blog, de quedar en evidencia, de reconocerse en esta historia, de desaparecer con la culminación de estas letras.

-   Lo que me falta-, le contesto mientras lo miro fijamente y lo veo debilitarse, hacerse invisible, perder la voz. Terminarte de enterrar.


Próximamente: Esto sí me mama de estar soltera