Las historias son para
vivirlas y después,
para contarlas
Para empezar a contar esta historia debo hacer una
introducción que dará claridad a muchas otras historias por venir de las
crónicas de amor y desamor. Mi hermana, quien siempre ha tenido una particular filosofía
de la vida en la que cuenta lo vivido por vivido ha tenido una singular influencia en, digamos, mis citas
románticas. Y esto ha sido así, además, porque mi hermana no sufre de vergüenza.
Ella es muy buena para hacer el oso, pero para hacerlo de verdad, con gracia,
con elegancia, con simpatía. Es
encantadora y con su particular manera de ser ha logrado concertarme citas con
personajes que yo no conozco y que ella… tampoco. Ese es el caso del tipo del McDonald’s.
Domingo medio día. Me suena el celular.
-Te voy a contar un cuento muy chistoso- me dice mi
hermana-, imagínate que esta mañana
estaba en McDonald’s haciendo la cola para comprar un desayuno, cuando de
repente en la misma fila había un man súper chévere y de repente se puso a hablarme.
- Ajá- le digo yo sabiendo por donde va el agua al molino.
- Y entonces me pareció súper querido y me contó un montón
de cosas.
- Ajá.
- Y pues tú sabes, ya al final, no sé por qué terminamos
hablando de que si tenía novia y me dijo que no y entonces yo le dije que si le gustaría conocer gente pues podía presentarle a mi hermanita, pero es sólo para que sean amigos, ¿o es que acaso no eres tú le que me dice que conocer gente no es fácil?
- Ajá -vuelvo
decirle-. Ahora sí te chiflaste.
- Pero fresca- me dice como para tranquilizarme- para que no
vaya a ser tanta la sorpresa le mostré tu foto (cómo si eso ayudara!). Le di tu
teléfono y te va a llamar.
- Ay, Lina…
Y bueno, ¿qué hace uno en estos casos? Si es un ser sensato
de guardadas composturas seguramente mandar para el carajo a la hermana por
estarle consiguiendo citas a ciegas en la calle!! (Se lo dice mi cuñado: no
rife a su hermanita como en feria de pueblo). Pero, como esta no era la primera
vez que, digamos, mi hermana hace sus gracias y he de reconocer que, además de
que su ojo y termómetro son impecables,
han sido más las experiencias buenas que las malas en la materia dije, bueno, quién quita, habrá que conocer al
tipo del McDonald’s.
Paso número uno: búsqueda en Facebook !Pero claro! Ahí está
todo y todos, y qué pena me da pero ya me causa mucha sospecha alguien que no
esté en Facebook. Lo encuentro, perfil relativamente abierto con, lo más
importante, fotos disponibles. Las veo. Mmhhh. Interesante. Me parece un tipo
atractivo y lo encuentro en situaciones que me parecen chéveres:
Foto montando bicicleta (es deportista, bien!), foto
paseando al perro (le gustan los animales, bien!), foto de paseo con los amigos
(es rumberín, bien!), foto con la familia (es familiar, bien!) foto haciendo
yoga (Hace yoga!! too good to be true). Miércoles, le digo a Lina, este tipo se
ve muy chévere, ¿Por qué estará solo?
Hasta ahí todo bien. Ahora, analicemos la historia con
sensatez. ¿Quién carajos va a llamar a una vieja que no conoce así como así? ¿Y
si lo hace qué le va a decir? ¿Tú hermana me dio tu número en un McDonald’s?
No, hay que reconocer que para eso se necesitan cojones, muchos. Así que pasa lo único que podía pasar: los
días pasan y el tipo no llama.
Les cuento la historia a un par de amigos hombres, como para
saber su opinión. Se mueren de la risa.
-Ay, guevón,- le dice uno al otro- esta pobre se va a quedar
esperando que la llame el tipo del McDonald’s! jajajja.
- Ya quisieran ustedes que les pasara algo así-, les digo
tratando de salir airosa de la burla.
El teléfono no timbra. Es hora de tomar medidas de choque.
Bueno, me digo, este man no me va a llamar, así que le voy a escribir. Le mando
un mensaje interno por Facebook en el que le digo que mi hermana me contó lo
sucedido y que entiendo perfectamente que uno no anda llamando a desconocidos pero que si, por
algún motivo quiere hacerle gracia a lo simpático de la situación, lo invito a
tomarse un café.
-¿Qué hiciste qué?- me dicen mis amigos-, no, no, no, ahora
sí lo vas a espantar. ¡Va a pensar que estás desesperada!
Aquí tengo que decir lo siguiente. Yo creo, firmemente, que
en la vida vale la pena arriesgarse. No con locuras extremas, no sobrepasando
límites de respeto, no pisando carbón ardiente, pero ya no estamos como para decir,
ay, no, que me saque a bailar, ay, no, que me pida el teléfono, ay, no, ¿irle a
hablar sin conocerlo? ¡Por favor! y no es por hacer ajustes a un feminismo
recalentado (detesto los extremos) sino por una razón mucho más sencilla: por
andar en esas nos podemos perder de buenas oportunidades. That’s it.
Así que yo quemo mis cartuchos. Los que considero se
ameritan. No me inmolo pero sí me alisto. Aquí estoy y entonces el tipo
responde a mi mensaje, me dice que claro, que sí, que le parece una nota. Creo
que siente un alivio de no haber tenido que llamar, pero de tener, todavía, la
oportunidad. Nos conocemos sin conocernos. Me parece un gran tipo, una buena
persona. Tenemos algunas salidas más y de vez en cuando entramos en contacto
por teléfono.
Hoy se puede decir que el tipo del McDonald’s y yo somos
amigos. Me cae muy bien y me divierte. Creo que conocí a una persona inteligente
y amable que definitivamente valía la
pena conocer. No sé qué vayan a decir las estrellas ahora o más adelante, sólo
sé que nada de eso hubiera pasado si mi hermana, o yo, creyéramos en el ridículo y anduviéramos, con
escudo en mano, protegiéndonos de él.
Próximamente: Un paréntesis en las crónicas de amor para
contarles por qué no me empelotaría en SoHo.