Antes de
retomar
Desde el día en que la vida se
burló de mí después de una fracasada
fiesta de solteros y me dijo, una vez más, el amor no se busca, no se persigue,
no se persuade, no se ruega, no se caza, no se intercambia ni se espera, este
blog me ha traído plena felicidad, plena
satisfacción. Desde entonces, como un
llamado de la vergüenza, empecé a escarbar en mi memoria, empecé a recordar mis
historias, empecé a escribir todos esos episodios que en alguno de mis ya
pasados días eran mi presente, mi respiración y empecé a entender, con
claridad, por qué vale la pena contar las historias , sin pena, sin
arrepentimientos, sin culpas ni falsedades. Todo lo aquí consignado, desde la
primera coma hasta el último punto, es
verdad. Y este inicio que fue un arrojo, una manera de insertar la ironía en el
papel, hoy deja a mi puerta más de 7 mil lectores y más de cien mensajes de
personas que no conozco y otros muchos de personas que sí, con algún comentario
extraordinario para Pasos de Elefante. Mis agradecimientos totales a los que
han leído estas historias, una o todas, a quienes se han visto reconocidas en
ellas, a quienes me han pedido que cuente otra, que cuente más, que cuente,
incluso, la suya propia. Hoy Pasos de Elefante me deja aquí, a la orilla de lo
que yo he llamado una segunda y última temporada, a la memoria consignada en
pantalla, a los recuerdos salpicados de pimienta, a la evidencia, completa, de
que mis ex novios leen mis blog (título que recibirá una próxima entrada) y,
como respuesta, me mandan todo tipo de réplicas: desde el silencio espía hasta su
versión propia de los hechos, a la certeza de que vale la pena vivir el amor
honesto, siempre y en todos los escenarios. Me ha traído el gusto por escribir
de nuevo, por escribir con juicio y por no sólo escribir de esto. Y me trajo,
con su paso fuerte y obligándome a hacer una pausa en la rutina quincenal de tejer
esta páginas, al amor de mi vida. El personaje,
a quien conocí hacia 10 años en una fiesta de colegio, se perdió de mi
mapa mientras hacía el suyo. Volvió después de haberme encontrado en una foto en Facebook (“Facebook, mi
poderosa arma de levante”, también en
una próxima entrada) y acto seguido haberse leído este blog, de principio a fin
y en una sola sentada. Luego nos encontramos, nos reencontramos y me di cuenta
de que aquel personaje maravilloso no sólo aún me gustaba y más que antes, sino
que era, que es, la terminación de la búsqueda, la respuesta a la pregunta, la
balanza equilibrada, la vida y su lado rosa, por fin, haciendo justicia. El fanático de este blog y el impulso que me
anima a escribirlo, las piernas que no tiemblan, la cabeza que no duda, la voz
firme, el presente compartido, el futuro
proyectado y la decisión, ya, aquí y ahora, de empezar a caminar juntos para no
parar jamás. Nicolás es el punto final. Y de él también escribiré.
Por favor,
no la lleves al club
Eso fue lo que le pidió, encarecida y desesperadamente, la
ex esposa del único separado con el que he salido en mi vida. Yo, que
llegué su vida cuando apenas terminaba de sacudirse el polvo de las rodillas y los papeles de
divorcio aún permanecían sin firmar, me embarqué en una aventura de tres meses
que debido a la adrenalina, a los altos y bajos, y a los impactos familiares
parecieron tres años.
Todo empezó, como casi siempre, con una llamada de mi
hermana:
- Fresca, me dijo.
No es para nada ni nada. Sólo acompáñanos a comer con este amigo de
Santiago que está recién separado y quiere hacer amigos. Además, estoy segura -
me dijo poniendo énfasis en esa palabra y
con esa misma palabra retando al destino - de que por nada del mundo te
gustaría
- De una, le contesté yo, sin ninguna sospecha
abordo, con la tranquilidad de que era
un hombre que apenas estaba levantándose de su traspié, con la advertencia de
que era mucho mayor, con la censura de que estaba separado.
Así que cuadramos la salida y fuimos a comer. Sin
intenciones, sin prevenciones. Una noche tranquila que venía advertida por el
prontuario de mi hermana, la improbabilidad de que don cuarentón mirara doce
años para abajo y el escepticismo, para entonces siempre presente en las citas
de final romántico o con posibilidades dé concertadas por mi hermana y su muy
defectuoso radar del mathcmaking (remitirse a historias pasadas para entender
lo que digo).
Todos estábamos claros con el asunto. Todos menos la vida
que tiene esta divertida costumbre de darle dos tazas al que no quiere ni una.
Así que salimos esa noche, y contra todos los pronósticos, nos gustamos y empezamos a salir.
- ¡Pero no seas exagerada! ¡Cuál es el problema si
ya está separado! le volví a decir a mi hermana cuando me llamó con los pelos
parados después de enterarse de que la
comida tendría segunda parte.
- No, por favor, no, me contestó ella anticipando
el desastre. No te metas con él que esto termina mal.
Pero qué va, el capricho me mordió el cuello, la rebeldía
del quiero puedo y no me da miedo se instaló en el frente de batalla y la
mamera de que mi hermana me controlara
la vida me empujó la espalda (¡¿acaso no fuiste tú la qué me los sacó?!) y me
paré frente al mundo, encima de mi familia, encima de mis amigos, encima de
todo y dije: sí, sí, sí. Salgo con él, con él y su pasado, con él y su
presente, con él y sus hijos, con él y su ex mujer. Porque evidentemente no
éramos sólo dos en esa relación. Éramos
él y su equipaje, sus buenos kilómetros recorridos y yo, y mi maleta
desocupada, mi tacómetro apenas estrenado. Entonces dije sí, salgo con él
porque me parece un gran tipo, porque me importa un carajo lo que ustedes
piensen, porque decidí vivir esto, porque vale la pena.
Y ahí fue Troya.
Fue Troya para él y
su ex mujer que ya no se querían más;
fue Troya para mi hermana y para mí que nos dejamos de hablar durante
los tres meses que duró la relación; fue Troya para su ex esposa y mi hermana
que eran amigas y lo dejaron de ser; fue
Troya para mi cuñado y para él que eran amigos y casi lo dejan de ser; y fue
Troya para mis pobres padres que duraron ensanduchados entre los reproches diarios
de mi hermana, con sus Tis se enloqueció,
y mis justificaciones de batalla, con es que yo hago con mi vida lo que
me dé la gana.
Para hacer las cosas aún más difíciles era yo la primera
persona con la que él salía, digamos, medio en serio después de haber sacado su
ropa y su futuro de la otrora casa conyugal. Y así, con la cara de “sí, soy la
nueva” me tocó conocer a los amigos, almorzar con la familia y, lo peor,
presentarme ante un par de niños chiquitos que sin velas en este entierro no
sabían quién era yo ni por qué estaba con su papá.
De todo, tal vez es esto lo más difícil de salir con
separados cuando los dos no están en las mismas condiciones, y con eso me
refiero a tener o no hijos. Porque la
prioridad del otro, entendible y razonable, serán siempre sus chiquitos, pero
claro, para el que está del otro lado, en este caso para mí, el segundo plano
era mi única opción, y por mucho que me gustara el señor y por mucho que
quisiera vivir eso y nada más, odiaba la opción de ser un punto seguido,
renegaba de un futuro impuesto por las circunstancias y no me sentía cómoda en
el papel ni de mamá sustituta – entiéndase bruja de cuento- ni de niñera –
entiéndase empleada sin sueldo y sin autoridad.
Y fue en una de esas veces en las que los planes no nos
coincidían con los tiempos ni con los hijos y en la que seguramente llevábamos
algunos días sin vernos que él, inocentemente, decidió romper el pacto que
había hecho con su ex mujer y que para ellos, como para la mayoría de la gente
divinamente (léase diii-i-na-menttte) de Bogotá para la cual las apariencias pesan
más que la realidad, era casi o más importante que la verdadera separación de
bienes: llevarme al Club.
- Por favor, acompáñame a recoger a los chinos, me
dijo-. Te juro, te juro que mi ex mujer no va a estar.
Pero él siguió insistiendo.
- Vamos, vamos y almorzamos. Ella no está porque
hoy no es su día. (Hasta para esto tenían horarios, lo que me hacía y me hace
pensar en lo triste que debe ser quedar relacionado de por vida con alguien que
a kilómetros te huele feo).
Entonces yo empecé a ceder:
- ¿Seguro que no va estar?
- Segurísimo.
- ¿Seguro, seguro?
- Que sí, hombre.
- ¡Porque donde esté es que yo te mato!
- Camine más bien y deje de alegar.
Y así fue. Lo que se llamaría el primer error en una cadena
de errores. Lo que se llamaría tentar a la vida. Lo que se llamaría tomarte la
segunda taza del caldo del que la primera cucharada ya te indigestó. Pero
sacudí mi cabeza, creí en su palabra, pensé la vida no puede ser tan
desgraciada y llegamos al Club; ahí estaba
con sus enormes zonas verdes que a duras penas podían sostener los
igualmente enormes egos de quienes
caminaban sobre ellos con sus vestiditos blancos y su niñeras, también todas de
blanco, caminando dos pasos por detrás.
Me sentí como lo que era. Una foránea que no pertenecía al
lugar. Claro, él saludaba aquí y allá mientras a mí sus conocidos, sus amigos,
sus compañeros de golf, qué sé yo, me miraban como diciendo miércoles ya la
trajo al Club. Yo les devolvía el saludo, con una sonrisita falsa que no me
salía, con un mucho gusto qué tal que se quedaba entre los dientes, con un me
quiero largar de aquí que le advertía a él con la mirada. Ahí estaba queriendo
morirme, queriendo matarlo, queriendo que uno de los huecos de la cancha de
golf me absorbiera y me llevara a las profundidades de la clandestinidad donde
toda esa gente ya no pudiera verme ni saber quién demonios era yo.
Creo que entendí, ahí mismo, lo que sienten los animales la
primera vez que los exhiben en un circo. Y claro, a este Club, que también era
un circo, habían llevado al más reciente ejemplar. Esto desde mi lado. Porque
hoy, con la lejanía de esta historia, puedo entender la advertencia, la
angustia de la contraparte: debe ser terriblemente doloroso que otro (en este
caso otra) invada el lugar que por tantos años fue santuario de esa relación.
Es más, hoy pienso que ese Club fue por muchos años lo único que sostuvo esa
relación. Ese Club y sus rutinas: la de
recoger a los niños, la de dejar a los niños, la del almuerzo aquí, la de la
comida allá, la de encontrémonos con mis papás y las de los muchos etcéteras
que los sostenían mientras nada más lo hacía.
El almuerzo, atragantado y a pedazos, me supo a cacho. Y cuando pensé que estaba coronando la cima y
que me iba a tomar el ultimo sorbo de limonada para pararnos e irnos, lo veo
volver del baño, lívido y apurado.
- Silvia está aquí, me dijo.
- ¡¿Qué?!, le contesté a punto de sacarle los ojos
con un tenedor
- Te juro que no sabía, no sé por qué está aquí si
hoy no es su día, trató de explicar la situación en un balbuceo que en nada
ayudaba. Supongo que mi hermana la
invitó porque las vi juntas.
- ¿Y ya me vio o será que me toca tirarme al lago
y salir nadando? le dije yo con esa rabia que me subía por los pies y que esa mañana,
antes de convertirse en monstruo, había
sido intuición. ¿Y entonces qué?, le volví a preguntar más histérica que antes.
- Creo que es mejor que nos vayamos.
En ese momento, la inquebrantable verdad de que pasara lo
que pasara era yo quien tenía que salir de ese lugar me hizo entender por qué a
un tipo separado le pesa más el pasado y el futuro. Es ahí donde me di cuenta que si bien los
hombres que han vivido más tienen algunas cosas que enseñarte, y que enseñarte
muy bien, vienen también con una carga tan pesada que terminará sobre tus
hombros. Vienen cansados,
desilusionados, trajinados. Vienen con enormes responsabilidades, muchas veces
con más miedo al compromiso que nunca y vienen, sobre todo y siempre, siempre,
acompañados de su ex mujer. Porque eso sí, mientras haya un hijo de por medio,
olvídense mujeres del mundo que ustedes serán las primeras. La primera ya fue y
siempre será.
Ahora: no digo que no haya grandes tipos que sean separados
y que en ese bingo le pueda tocar a uno un verdadero príncipe con hijos
principitos y ex mujer doncella, tampoco que el mercado del usado no sea una
excelente opción, pero lo que sí es claro es que ahí habrá equipaje y, entonces,
es decisión propia cargarlo con la boca callada o blasfemar a los cuatro
vientos, sin sentido y sin razón, por cuenta de una decisión propia.
- Listo, vámonos, le digo. Espérame entro al baño.
Y es después de
soltar el inodoro cuando abro la puerta del cubículo para salir a lavarme las
manos que la veo. Está parada lavándose las manos, dándome la espalda, mientras
me mira fijamente por el espejo. Me quedo quieta dos segundos mientras proceso
la información, miro a un lado, al otro, no hay nadie. Es su ex mujer.
- Mierda- pienso- lo que me faltaba: esta vieja me
va a mechoniar.
Respiro, saco toda mi dignidad y preparo mi discurso mental
(ni que le hubiera quitado el marido, yo llegué cuando aquí ya no había nada, y
además, yo tampoco soy ninguna aparecida así que me respeta), doy tres pasos
firmes hasta el lavamanos (que no se me note el miedo que esto como es los
perros, si lo huelen te jodiste) abro la llave lentamente, presiono el jabón,
le doy vueltas entre los dedos mientras me miro fijamente en el espejo,
ignorándola por completo, siendo más grande que la situación.
Ella me mira de arriba abajo. Me detesta. Quiere darme
contra las paredes y decirme que soy una tal por cual roba maridos, quiere
aruñarme la cara y arrancarme el pelo, quiere que estuviéramos en una plaza de
mercado y no en un baño de un Club estrato veinte, así que muy señora, como
siempre fue, se sacude las manos, da media vuelta, me lanza una última mirada
de odio y sale de ahí dejándome sólo ese encuentro en el que, en
silencio, todo se dijo.
Me sacudo las manos. Respiro hondo mientras me miro al
espejo. Aún me tiemblan las piernas en una mezcla de indignación, rabia y
miedo. Me miro al espejo y decido, en ese, su territorio, que no vale la pena
dar esta pelea, que mis batallas están más allá de este lugar, que otros
laberintos y otros continentes esperan por mí y que, mientras sea mi decisión,
no habrá más separados en mi vida cuyos rastros de pasado pudieran enredarse entre mis pies.
Para facilitar la publicación
de Pasos de Elefante y llegar a más personas los invito a darle like y a
invitar a darle like a https://www.facebook.com/pasosdelefante o buscar @PasosdeElefante como Fan Page. Ahí espero sus comentarios, historias y
sugerencias. Nos vemos en la próxima crónica.