But just because it burns
Doesn't mean you're gonna die
You've gotta get up and try try try
Gotta get up and try try
try
Pink
Entre todas mis historias puedo
afirmar que es ésta la que dio inicio a muchas otras y selló el pacto de la no
vergüenza que nos ha servido a mi hermana y a mí para andar el camino. Es ésta,
entre todas, la que marcó el inicio, dio ritmo, demostró que de lo absurdo
salen cosas increíbles, que los riesgos traen recompensas, que la gente está
ahí dispuesta a tocar y abrir puertas, que la vida da muchas vueltas y que
estamos aquí para nada distinto que divertirnos mientras las damos. Esta
historia me ha hecho reír y me ha hecho
llorar, pero sobre todo me ha acompañado, hace ya, muchos años.
Todo empezó cuando mi hermana,
comprometida pero aún sin casarse, tomó un vuelo hacia una pequeña ciudad de
Colombia. Mi papá, que por ese entonces y debido a su trabajo tenía full acceso
al aeropuerto, a las pistas, a los aviones y a los pilotos fue a acompañarla y
le pareció qué qué bonito sería si la niña viajara en la cabina y pudiera ver,
tras bambalinas, el verdadero engranaje de un avión desde el puesto de mando.
Así que, un poco apenada por la
intervención de mi papá, pero para no contradecirlo en sus bellas intenciones,
mi hermana accedió a viajar en la cabina, sentadita entre los dos pilotos.
Llegó, saludó, se sentó y empezó a hablar con ellos: dos tipos queridos, por
supuesto, y más queridos aun cuando vieron que la hija del capitán Grillo que
les habían pedido el favor de llevar no
era una niña de siete años, como estaban esperando, sino una un poquito
mayor y además bastante agraciadita.
En ese vuelo, me cuenta mi
hermana, los pilotos fueron unos príncipes con ella. Qué qué haces, qué para
dónde vas, qué por qué, qué cuándo vuelves, ¿qué quieres ver el río? viraje de
avión a la derecha, sacudida de estómago para los pasajeros. En fin, una
conversación de media hora en la que el copiloto, un chino de 20 años, intentó
sacar sus dotes de conquista porque entre lo corto del momento y el mando del
avión, no le había quedado tiempo para
darse cuenta de que mi hermana no sólo tenía siete años más que él sino,
además, un diamante en la mano.
Así que ella, viéndolo como es,
querido, churro, interesante, sacó por primera vez su AS bajo la manga: es
decir, a mí. Y le dijo, palabras más, palabras menos, que tan querido, que tan
todo, pero que ella se iba a casar, pero eso sí, que no se preocupara, que le tenía
una hermanita lo más de querida que la
podía presentar. No sé qué pensaría el
man entonces, tal vez que esta vieja estaba un poco loca, pero aun así, aterrizaron, intercambiaron teléfonos y se
despidieron.
Y de esta manera, con este
cuento, me ha llamado mi hermana a decirme: adivina lo que me pasó. (Cada vez
que mi hermana me dice, con su tonito que marca las sílabas, “a-di-vi-na lo qué
me pa-só” avecino el peligro, lo veo en el horizonte, lo siento en la nuca
y ya sé que a la que le va a pasar es a
mí).
- ¿Un qué? ¿Un piloto?, le pregunté.
- Pues en realidad es un copiloto. Te va a llamar,
pero como para que no sea tanto el oso dile que saque un amigo y tú sacas una
amiga y salen los cuatro. (Ahí está
pintada ella con sus soluciones salomónicas).
Días después estoy yo ante el chicharrón de la cita concertada y sin quién se le mida a ese plan. Y entonces pido auxilio, con un grito desesperado, a la única persona dispuesta a
secundarme en esta aventura: mi prima,
mi coautora del Manual, mi amiga del alma.
- Natty, me puedes decir que no, pero el caso es Lina me consiguió una cita con un piloto que
no conozco y para no salir sola él va con un amigo, ¿te animas?
Después de una dura sesión
de convencimiento que incluyó el “si nos
aburrimos, nos vamos”, “qué tal que estén churros”, y “si nos va mal, aquí no
ha pasado nada”, finalmente dijo que sí. Así que esa noche, con los manes
esperándonos en la portería, salimos a nuestra primera cita a ciegas, a un oso
seguro, a una vergüenza magnificada, a una probabilidad ínfima de éxito, a la
horca, al vacío, al fracaso. Nuestra
única certeza, mientras bajábamos en ese ascensor, era que ya era muy tarde
como para devolvernos, como para decir tacho remacho no juego más, como para
haberle dicho al portero hace cinco minutos que dijera, “¿Alejandra?, ¿Cuál
Alejandra?, no hermanito, aquí no vive nadie con ese nombre”.
Y después de comer y algunas
cervezas, después de conversar y echar algunos cuentos y contra todas las posibilidades,
contra el chance factible de que mi
hermana hubiera tomado otro avión y no ese, de que se hubiera ido otro día y no
ese, de que el man hubiera anotado mi teléfono y me hubiera llamado, de que yo
hubiera contestado, de que mi prima hubiera dicho que sí cuando quería decir
que no, de que los tipos hubieran salido corriendo tres segundos antes de que
se abriera el ascensor a riesgo de que salieron dos mocos, la cita a ciegas
funcionó.
Y funcionó porque ese día la
pasamos bien. Y al siguiente y al siguiente. Y luego empezamos a salir, tanto y
tan seguido, que nos vimos por un año burlándonos siempre del oso inicial.
- Pues si es como la hermana no puede estar tan
mal-, me confesó el piloto un día, cuando ya había confianza como para
preguntarle por qué se había atrevido a salir a un plan así.
Y sí, yo me parezco a mi hermana
pero podría no haberme parecido e igual todos tuvimos el coraje de lanzar los
dados. Con este personaje la historia ha sido larga. Nos hemos encontrado y
desencontrado, lo he querido, lo he odiado y lo he vuelto a querer. Y aunque este cuento tiene polvo y telarañas y
él y yo ya somos otros, hoy, que me atrevo a escribir este tipo de historias, creo que ésta tiene un lugar
especial porque desde entonces voy por ahí oyendo a las posibilidades, retando
al destino y burlándome, al fin y al cabo, de todos sus desenlaces. Esos mismos
que bajo este sol me dan material para escribir todo esto con el pulso más firme
y el corazón más tranquilo.
Próximamente: Por favor, no la lleves al Club